lunes, 28 de noviembre de 2016

Los escritores malditos III (Los poetas III)

Continuando la magistral lección que habíamos comenzado a estudiar, toca hablar hoy, lunes, de Don Leocadio Yunamierda Pérez, el escritor gótico por excelencia.




Leocadio nació en los arrabales de la catedral del priorato. Era hijo de Wenceslao Yunamierda Sánchez, oficial de sepulturero de dicho priorato y de Gumersinda Pérez Pérez, que era una difunta del lugar.
A edad temprana comenzó a trabajar como aprendiz de sepulturero, pero se le daba bastante mal. Sus muertos se desenterraban solos y el padre estaba harto de tener que ir a buscarlos luego.
Un buen día lo llamó a un reservado y le conminó a que dejara el trabajo y estudiara, que era una cosa que se estaba poniendo de moda en la capital.
Tal hizo el joven Leocadio y con una muda limpia y una libreta se marchó a la Universidad del priorato.
Allí dio comienzo sus brillantes eras de aprendizajes, y en poco tiempo aprobó parvulitos y primero de la EGB, a eso siguió segundo, tercero... y un buen día hasta cuarto hizo.
Pero, según cuenta su biógrafo, Don Pascualino del Abedul, es en esta época cuando se le aparece en sueños un señor muy feo que le da capones y le insta a que barra el bosque. El joven Leocadio se despierta presa de fuertes convulsiones y espasmos de diversas cuantías y escribe lo que sería su primer poema.

ODA A UN TÍO MUY FEO QUE SE ME HA APARECIDO EN SUEÑOS
Oh, tío feo
Haz el favor de no darme capones
que si me los dieras o dieses otra vez
la congoja que anida en mi alma
tu no sabes la que es
anda y anda

La rima es una asignatura que aun no había dado, así que rimar, o que se dice rimar, no rima, pero causa muy buena impresión a su profesor de gimnasia rítmica, quien lo anima a continuar con la lírica. Además le aconseja que se deje el deporte y que coma más, mucho más.



Leocadio hace caso a su profesor y le escribe una de las más bellas composiciones de su siglo a la joven Renata Fresones. Comienza de esta guisa.

Renata amada
me gustaría que estuvieses muerta
para poder llevarte flores a la tumba
y llorarte un ratito cada día

La joven Renata, seriamente sorprendida, emprende acciones legales, presa de su amor, y consigue que le embarguen la pluma de escribir poesía. Sin embargo, Leocadio está poseido por el espíritu poético y compone para su amada esta suma:

3476898755429
3487776198711
3986541953429
8776543877711
3652009877129
3468534980011 

Como se puede apreciar, rima en 29 y en 11.
Renata cae presa de la pasión en el amor y le pide a Leocadio que le escriba marranadas con esdrujuleces. El joven poeta maldito no sabe lo que son las esdrujuleces esas ni las marranadas y le escribe un pestiño super cursi de margaritas y flores y mariconadas de esas.
Renata lo manda a paseo y Leocadio, al que ya le han devuelto la pluma de las poesias, escribe esta tristisima epístola de compungimiento y solaz:

Asi que ahora no te gusta lo que escribo
¿No, rica?
Pues vete a la mierda
Y además, estás gorda,
que lo sepas.

El dolor se destila en cada silabas del escrito. Acude a su rescate su anciano padre, que ya era sepulturero mayor del priorato y lo conmina a que vuelva a intentar lo de enterrar muertecitos.
Esta vez se le da mejor y se deja la literatura y esas tonterías.
Y ya no escribió más.
¿Qué se le va a hacer?



El próximo día hablaremos de un novelista, para haceros más amenas las clases. Nada menos que de Mentolato Smith, que además de novelista y extranjero, fumaba muchísimo.

jueves, 5 de mayo de 2016

Los escritores malditos II. Los poetas (II)

 Esta entrega es continuación de esta otra donde se explicaba la magistral lección que se está impartiendo.


Ceferino Cienfuegos Cetamayúscula. Religioso y poeta.
Ceferino nació fruto de un parto un día que su madre rompió aguas.
A edad párvula se sintió llamado por el deseo de escribir e ingresó en un convento, donde le enseñaron a copiar las magnas obras de la antigüedad.
Era la edad media y eran así de raros.
(Por cierto, ¿como es que por ser la edad media iba la gente a caballo, pero si  una persona es de mediana edad tiene que ir a pie, y lo que es peor, cuando hay mucha gente y se quiere saber la media de edad, se suma y se divide y no sale el caballo por ningún lado? No es justo)



A base de copiar y copiar textos antiguos, aprendió a expresarse de forma bella y desinhibida y compuso sus primeros poemas:

Porque eres bella te quiero mirar
y con tu cara quiero soñar
si te pudiera acariciar
un beso te querría dar
sin que nos pudieran observar
sin quererte abandonar
que bonito, Mari Mar.
Este bello poema se lo dedicó a Doña María del Mar Pescadilla de Brahamante, viuda de Don Hilofino Brahamante Pérez, madre del anciano padre superior de la abadía.
Mas tarde, al verse rechazado en sus requiebros, fijaría el objeto de su interés en un compañero de oraciones, que hasta la fecha nos ha sido desconocido:
Que bien mueves el culo al caminar
cuando te veo barrer
y la basura vas a tirar
porque no la puedes esconder
Saleroso
Este último poema cayó muy mal en las altas estancias del priorato y el joven Ceferino fue llamado a capítulo. Fue acusado de lascivo, procaz, e injurioso. El arcipreste del priorato, hombre ecuánime y riguroso como pocos, fue inflexible en sus exigencias y condenó al poeta a cortarse las uñas de los pies todos los días.

 
Intervino entonces el anciano padre superior de la abadía (parece ser que influido por su madre, que a la sazón empezaba a sentir cierta curiosidad por el monje lascivo) y le conmutó la pena por otra de azotes en las nalgas cada tarde después del rezo vespertino. Es de esta etapa de su vida de donde proceden estos versos tan tristes:

Triste destino el mío
que solo teniendo diez uñas
ambas nalgas me flagelan
con inusitada rebeldía,
¡Madre mía!

Conmovida la comunidad, se decide conmutar la pena de los azotes en las nalgas por el de morir en la horca. Pero Ceferino, que resulta ser un ingrato, se fuga del convento una noche sin luna y no sabiendo donde ir se presenta al día siguiente con un bigote postizo para ingresar como novicio. Dice llamarse Ceferino Cienfuegos Cetamayúscula también, pero que se debe tratar de una casualidad. Es aceptado y se le da una escoba y el encargo de barrer el escaramujo, que en esa época era además de un bicho muy malo, una plaga.
Mientras barre escribe su primer libro de poemas, que le daría fama y lo convertiría en el escritor maldito que hoy conocemos. El libro se titula "El puto escaramujo" y es un canto de amor y pasión al escaramujo y a la madre que lo parió.



Con el llega la fama efímera y las riquezas inconmensurables. Como es un hombre sencillo, no quiere el dinero. Solo las cosas que se pueden comprar con él. Se va del convento y pone una casa de latrocinio.
De esta época procede su segunda obra "La puta casa". Es un revulsivo para la sociedad de su época. Es un jarro de agua fría y se vuelve pobre. La gente exige que le devuelvan su dinero y además devuelven el libro anterior contra reembolso. Lo echan de la casa de latrocinio y pretende volver al convento, pero ya era por la noche y está cerrado.
Se instala como escayolista en el cercano pueblo de Cienfuegos y pronto se olvida del latrocinio y los frailes. Escribe su tercera y ultima obra "La puta escayola". Pero es muy mala.

Abrumado por el descrédito se muere.



Hasta hace algunos años se estudiaba como uno de los poetas de la edad media (la de los caballos) pero ya lo han quitado y lo han puesto de escritor maldito.
También podían haberlo puesto de escritor escayolista, o de escayolista poeta, pero no. La gente, que cuando les da por un capricho.

jueves, 28 de abril de 2016

El caso de la pitonisa poetisa.

Se llamaba Antoñita Culoprieto Fernández Quincuagésima. Era una mujer rubia...


- ¿¡También era rubia¡? ¿Es que solo te contratan las rubias? ¿Tú no ves nada raro en eso? -Le pregunté a mi amigo el día que empezó a contarme el caso de la pitonisa poetisa- Cada vez que me dices que entró en tu despacho una mujer, es rubia. Tu secretaria es rubia platino, la mujer de la limpieza es rubia platino, todas tus clientas son rubias platino...
Esta era de bote. Además tenia el pelo de paja. Y se le veían las puntas negras, y las cejas...
- Vale, vamos a dejarlo ahí, que te estoy viendo venir.
Entró en mi despacho tambaleándose, como si viniera de bailar alguna salsa de esas modernas.
- Señor detective -me dijo- Buenas tardes nos de Dios.
Yo la miré con esa perspicacia que me carateriza y le dije:
- Comprendo
Parece que se animó y ya me dijo de corrido:
- Me llamo Antoñita Culoprieto Fernández Quincuagésima, soy una mujer rubia natural de bote, soy poetisa y pitonisa. Un día una cosa y otro otra. Todo no se puede ser al mismo tiempo en la vida. Porque si estoy pitoniseando y, un suponer, le hablo en verso, ¿a que usted lo encuentra raro?
Aquella era una pregunta cargada de intención. Ya sabes que yo soy un detective con muchos años de experiencia a mis espaldas, y decidí darle una vuelta de tuerca. Le dije:
- Comprendo
- Pues el caso, señor detective es que necesito que usted investigue una cosa de mucho misterio. Se trata de que yo le había hecho una promesa a un santo de que le iba a poner una vela. Era un cirio muy bonito. Con cera por fuera y una mecha por dentro. Muy vistoso. El caso es que le estaba comprando un molde para hacer bizcochos a mi madre mía de mí, para que me haga una tarta de chocolate cuando héteme aquí que el cirio se había desaparecido.
- Comprendo
-Estaba yo preguntando por la talla del molde, cuando ¡¡Paff!! el cirio se desaparece. Fue una cosa...
- Comprendo
- Y es por esto. A ver si hace usted el favor de investigar y me lo encuentra.
Y diciendo esto último se marchó.



Yo quedé compungido. Ya te lo puedes imaginar. Toda la vida queriendo ser santo para que me llevaran cirios y velas y esta pobre mujer había perdido su oportunidad de ser grata a los ojos de algún bendito de dios.
Tomé mi lupa y me puse manos a la obra. Me personé en la casa de la pitonisa Antoñita. Estaba atendiendo a un cliente. Le leía la mano. Era muy buena.
- Usted -le decía al sujeto- en esta mano tiene cinco dedos.
-¡¡Es verdad, es verdad!! -decía el señor alborozado.
- Calle, que me están hablando los astros, me dicen que usted, que usted...hoy al salir de casa se ha puesto una rebequita verde por si refrescaba.
- Es cierto, es cierto -decía el señor- mire, es esta que llevo puesta.
- Pues ahora le voy a recitar un poema muy bonito que me aprendí en mi tierna infancia. Dice así:
Oh, que bonito es el mar
por la mañana temprano
cuando al ir a trabajar
me sudan las manos
¿Le ha gustado? Pues no se lo cuente a nadie... -entonces se dio cuenta de que yo estaba allí-
Oh, señor detective, no había reparado en su presencia. Mire, ahí al lado de esa mesita estaba el cirio de mis quebrantos. En una caja que pone "Cirios y velas para poner a ese bendito hombre".



Me acerqué a mirar la caja a la cual se refería la pitonisa. En efecto, allí estaba la caja y la caja estaba vacía. ¿Vacia? Ya te he dicho que llevaba mi lupa. Al mirar con más detenimiento observé atónito que había una pelusa. No era una pelusa normal. Era una de esas pelusas que salen debajo de los sofás en el mes de abril del corriente. Preso de una fuerte intuición, me agaché a mirar debajo del sofá y...sí. Allí estaba el cirio.
Lo tomé con manos temblorosas y me acerqué a donde estaba la pitonisa recitando un octeto al señor.
Ella lo miró con creciente interés y cayó de rodillas ante mí.
- Señor detective, ¿Cómo es posible?
- Elemental -le dije- hay que limpiar un poco más, rica.
Y eso es todo ¿Te ha dado miedo?