jueves, 12 de enero de 2017

El caso de la soprano afónica

Era una mañana fría cuando mi amigo me citó en la cola de un dentista que atendía a domicilio a las familias menesterosas del califato en el que habíamos ido a pasar las vacaciones de navidad.
- Hola. - Me saludó - ¿Te he contado el caso de la cantante de opera que se quemó comiendo sopa y la tuvieron que operar a vida o muerte?
- Hola. - Le contesté - No me suena que me hubieras contado nada de eso.
- Es que es mentira, me lo acabo de inventar ahora. ¿Y te he contado el caso de la soprano que se quedó afónica y me contrató para que investigara la causa del suceso? ¿te lo he contado? ¿te lo he contado? ¿Eh? ¿te suena? ¿te suena?
- Una vez me hablaste sobre ello, pero no llegaste a contarme nada concreto.
Mi amigo se seca una lágrima y me dice consternado que es un tema triste.
- Es uno de esos casos extraños. Que parece que no, pero ahí está.
Y dicho esto, comenzó su relato:



Era una mañana fría y lóbrega, habíamos salido al recreo a comernos el bocadillo y a jugar a la pelota, cuando el padre Trigumersindo...

- ¡¿Qué?! -Le interrumpí- ¿Cómo que en el recreo y jugando a la pelota? ¿Que edad tenias?
- La edad es lo de menos, la edad se tiene en el corazón. Yo siempre he sido un niño.
- Pensaba que era un caso reciente, de tu etapa como detective privado
- En cierto modo así es. No me interrumpas, por favor.
Y continuó con su relato:



...se nos acercó a donde estábamos el Guti y yo y cogiéndonos de las orejas nos mandó al despacho del padre superior.
Al Guti se le empalagó su bocadillo de chorizo y yo, que ya lo sabes tú de toda la vida, he tenido desde siempre un carácter muy arisco, le di un puñetazo a una esquina, de la rabia que me dio, e hice un boquete.
No me mires con esa cara. No llegué a dárselo, es verdad. Hacía frío y tenia las manos dentro de los bolsillos del abrigo, pero me quedé con las ganas.
El despacho del padre superior estaba en la zona rica del colegio. Lejos del olor a bocadillos de mortadela o de atún con mayonesa. El secretario era un fraile rubio de bote con mirada torcida y acento extranjero.
- Venimos a ver a su santidad -dijo el Guti, y como no estaba muy puesto en los trámites de la iglesia, añadió un hermoso "Ora pro novis".
Yo, por mi parte, iba a dar un puñetazo en la mesa y a hundírsela en el suelo, ya me conoces, cuando el secretario nos miró y nos dijo que pasáramos.
El despacho de su eminencia episcopaliana era suntuoso a la par que elegante. Arreglado pero informal, ya sabes. El Padre superior hacía como que trabajaba con denuedo, rellenando cartillas de calificaciones como un quinielista loco hasta que se percató de nuestra presencia. Alzó la vista y nos dijo que nos acercáramos.
- Totus tus -Dije yo, seguro como estaba de que aquella era la fórmula adecuada para hablar con uno de los padres de la iglesia.
- Ave María Purísima -Dijo el Guti, que le sonaba del confesionario.
- Deharse de gilipoyeces -Dijo el padre superior con ese deje de allende los mares que le caracterizaba- ustedes habéis sido llamados a la mía persona para darme una explicación minuciosa de una cosa que es muy importante a mí mismo.
- Pero eminencia... -quise argumentar yo.
- Silencio, chacal del desierto -dijo él, que seguramente había estado leyendo al capitán trueno y se le había pegado- ustedes habéis suspendido examen muy importante de solfeo. Ustedes no tenéis derecho de soplar flauta con defectos de solfeo. Es inadmisible. Ustedes han enfadado a padre Valladares y ahora él quiere meterse a monja y eso no es posible.
- Pero eminencia... -intenté intervenir otra vez yo mismo.
- Silencio, perro infiel -volvió a cortarme el padre- ahora ustedes dos vosotros van a ir a recoger a sobrina mía de mí que viene en tren expreso de Cracovia y a traerla aquí para que ella esté descansada para clase magistral de solfeo que va a impartir gran maestro de la escuela de Boston.
- Pero eminencia...
- ¿Sí? ¿Cual es ahora problema?
- No, nada. Que vale.



La estación era lóbrega y fría. Un mozo de andén se paseaba con un farol encendido y miraba su reloj de cadena cada doce pasos.
El tren llegó a los pocos minutos haciendo el ruido que hacen los trenes que llegan a los sitios. De él bajo una niña con una maleta y se vino a nosotros.
- Soy la sobrina del sumo padre y como no me llevéis ante él os van a inflar a collejas, que lo sepas.
Era una jovencita adorable. Daban ganas de estrangularla con mucho cariño. Se llamaba Dora y le gustaba explorar. Durante la vuelta nos contó parte de su vida, sobre todo la parte de su infancia que abarcaba la tarde anterior. Su sueño era llegar a ser soprano. Se había destacado como vocalista. La había descubierto una profesora muy fea que les daba clase de matemáticas antiguas. Un día dijo una "e" que sonó como una "a" y se hizo el silencio en clase. La profesora fea se la quedó mirando y le pidió que repitiera la "e". Ella así lo hizo y sonó aun más rotunda. Se podía cortar la tensión con un cuchillo, muy afilado, eso sí. Se le escapó una lágrima por la mejilla a la profesora fea y le pidió que recitara una  "a", luego una "o" y terminó con una "u".
- Estaba alterada, -nos contó- y temblando me tomó de la manita y me llevó ante la directora musical del centro. Volví a recitar las vocales y entonces la directora me dijo que era una vocalista nata y que a partir de ese día debía hacer mis abluciones mirando a Pontevedra para fortaleces las cuerdas vocales. Y mi tío me ha llamado para que asista a la clase magistral.
La dejamos en presencia del padre sumo y no la volvimos a ver.



Bueno, no la volví a ver hasta hace un par de meses. Apareció por mi despacho y no la reconocí, ya no medía un metro diez ni llevaba calcetines ni una cartera llena de pegatinas.
- Hola -me dijo- ¿sabes quien soy?
Ya sabes tú que yo en eso de las adivinanzas ando más bien justito, así que le dije que sí que lo sabía pero que me daba vergüenza decírselo.
- Yo soy la soprano Doña Dora. Una vez estuve en esta hermosa ciudad para asistir a una clase magistral y usted y el Guti me recogieron en la estación.
- ¿Fue una mañana lóbegra y fría del mes del corriente?
- Sí -dijo ella- ¿lo recuerdas?
- Como si lo acabara de leer hace un momento -respondí yo mismo- tú eras la sobrina del padre superior y eras vocalista, soñabas con ser soprano...
- Sí -volvió a decir ella, ya pesadita- primero fui contralto, luego mezo soprano...
- ¿Y qué te trae por aquí al cabo de tanto tiempo? -le pregunté yo. Estarás de acuerdo conmigo en que aquí estuve fino.
- He venido a contratarte como detective, aunque he de decir que lo que me llamó la atención fue ese anuncio de hombre orquesta que has puesto en el periódico.
- Ja ja ja -le contesté, con ese deje tan peculiar mío.
- Está bien, dejemos atrás el pasado y hablemos de mi problema.
- Comprendo -le dije yo.
- Mi problema es muy delicado y no se puede tratar así como así.
- Comprendo.
- Señor detective, me he quedado afónica y como soy soprano es muy delicado, más que nada por los conciertos. En el karaoke me molesta menos, pero en un concierto es diferente...
- Comprendo.
- ...es diferente porque hay más gente, ¿sabe?
- Comprendo. Con la comprensión.
- Así que aquí me tiene, suya afectísima y afónica.
Si te he de ser sincero, no había reparado en que era afónica hasta que lo dijo. Pensaba que era su voz natural. Ya comprenderás que desde que me pasó aquello con el cupón no esté mucho para florituras ni para nada que no sea importante.
Entonces cayó de rodillas ante mí y me suplicó que la ayudara. Tenía un concierto el sábado y no podía actuar de aquella guisa. Yo la comprendía y se lo hice saber.
- Bien, jovencita -apostillé al fin- su caso no es tan grave. Va a hacer sus abluciones mirando para cinco kilómetros más al norte de Pontevedra. No va a comer ajo hasta el día del concierto, y ese día, se me come de tres a cuatro kilos. Pero crudos y sin pelar, esto es muy importante, con el tallo y todo.
Y para el próximo concierto, acuérdese de no dormir con el culo al aire, que eso es lo que causa la afonía. -ella me miraba asombrada, parecía ser la niña aquella asquerosa de la estación otra vez.
- Pero detective... como...como..?
- Elemental, querida niña. Antes de que entrara por la puerta estaba leyendo la prensa y aquí está, en la página 38 del periódico. "La soprano Doña Dora se ha quedado afónica por dormir con el culo al aire. Los doctores le dicen que haga gárgaras y que vigile el consumo de ajo"...



Me molesta mucho -interrumpí por fin a mi amigo- esos relatos de misterio donde el autor se guarda información y no la da hasta el último momento.

Pues te aguantas -me dijo él- y ahora por interrumpirme no te cuento el final, que era muy bonito, porque ella me pagó y me entregó una carta que llevaba en el bolso y que era del secretario del padre sumo, que me decía que qué ojos mas bonitos tenía y todo. Pues ahora no te lo cuento, por listo.