jueves, 27 de diciembre de 2018

Ricardito Dito, Er ninio del ibuprofeno forte

Nació Ricardito Dito un miércoles de ceniza en que a su padre se le cayó el puro en la sopa.
Su madre, que era una señora de acrisolada y luenga nobleza y no en vano tenía seis Ducados y dos L&M lights, con ese gracejo propio de las matriarcas de antaño lo mandó a comer a la cocina y luego se fue ella misma a parir en olor de santidad.
Dicen las malas lenguas que dona Prosapia no sabía parir. Dicen las gentes del lugar que era muy buena pariendo pero que ese día se distrajo con el crucigrama, que mire usted, tenía que poner una palabra de diecisiete letras que significara "Ducho en procelosos enigmas pratóxicos" y ella dudara entre "Rigolotometricoss" con dos eses (es que si no, no cabía) o "Carcunderemitosos". Ambas palabras muy bonitas pero que se las acababa de inventar y además no cabían.
Sea como fuere, el caso es el Ricardito nació de decúbito prono y además durmiendo. Aquello causó gran consternación y el padre, Don Ricardito, que a fuer de ímprobos esfuerzos había conseguido volver a encender el puro de la sopa, vio como se le volvía a caer y lo dio por perdido, ya para siempre.
Ricardito tuvo una infancia difícil. Sus padres hablaban idiomas diferentes y jamás pudo congraciarse con ellos.
En el colegio, además, el padre Escolapio que les daba clases de urbanismo y taconeo solía mirarlo con inquina y lo esperaba a la salida para darle grandes palizas.
Cuando salía del colegio, emocionado y hambriento, se iba a su casa. Y así un día tras otro. El muy gilipollas.
Pero hete aquí que se le apareció un día en el trayecto a casa un viejo buhonero que en su mocedad había matado toros y le dijo que si le daba un bocadillo le iba a enseñar a ser el más grande matador de toros de toda la historia de la humanidad. Ricardito, que a fuer de trabajar y estudiar con denuedo era un chico muy avispado, aceptó el trato. El buhonero, que en realidad era el padre escolapio disfrazado le dió una paliza por bobo y allí mismo juró el joven imbécil que se iba a hacer torero.
Deputó, perdón, ¿en que estaría yo pensando? debutó en la gran plaza de Arlington del sur, que está en Cuenca. A ver, que os veo muy dispersos, Arlington del norte está en los EEUU, al lado de un cementerio, y Arlington del sur en Cuenca, al lado de una fuente que por las noches les ponen bombillas y van las parejas a hacer cochinerías. Pues allí hay una plaza y allí fue Ricardito a tomar la alternativa.



La plaza estaba abarrotá der tó. Venga gente y venga gente. Que no cabía nadie ni ná de abarrotá que estaba y Ricardito, a quien ya se le empezaba a llamar er niño der tanga, acudió con su traje de luces apretao, apretao y se dio la vuelta al ruedo. Luego entraron los trescientos toros que iba a torear y con un valor rayano en la temeridad, se subió en su tanque y los toreó a todos.
El publico estaba como loco de tamaña manifestación de valor y lo sacaron en hombros dentro del tanque y los tiraron a la fuente y hubo un señor que se enfadó y todo.
Los periódicos al día siguiente hablaban del Atleti y de un señor que decía que si venia de Raticulín y esas cosas.
Nuestro hombre, que era un ejemplo de equidad, fundó la academia de toretes y toreritos, y tuvo mucho éxito porque permitía fumar en las aulas.
A él se le debe que en muchas corridas (dejaros las risitas y los codazos, que esto es muy serio) se pueda poner un cenicero de pie para que el matador pueda dejar depositado el cigarrillo mientras torea.
Ricardito hizo muchas aportaciones al mundo de la tauromaquia. Una de las más notorias fue el uso de rifle de francotirador para poder torear desde el salón de la casa de uno sin necesidad de ir a la plaza.



Un buen día, en una memorable tarde de toros, mientras le hacía una llave de karate a un toro, le vino un apretón y se fue a un aparte, al lado de un burladero para aliviarse, con tal mala fortuna que el toro, que era rencoroso, embistiólo de tal guisa que lo lanzó a la grada del siete, donde un anciano padre escolapio lo remató entre grandes muestras de cariño filial.
Sirva su ejemplo de guía para todos esos jovenzuelos que de mayores quieren ser toreros.
Y feliz año nuevo.

viernes, 2 de junio de 2017

Los escritores malditos IV. Los novelistas

 Esta entrega es continuación de esta otra donde ya se explicaba la magistral lección que está siendo impartida.

Hoy vamos a hablar de una de esas extrañas fuerzas de la naturaleza, capaz de conjurar en su obra un amor sublime por el chocolate, junto con un aburrimiento de tamaño apocalíptico. Estamos hablando, claro está, de Mentolato Smith. Hombre, padre, hijo, vecino, profesor de química y por encima de todo, fumador.



Mentolato nació con cero años un día de principios de Junio de un año muy discreto del siglo XIX. Su padre era un eminente farmacéutico de un pueblo abandonado de la Provenza. Se llamaba a la sazón Peregildo Smith y se dice que era capaz de preparar sus fórmulas magistrales con cuatro tonterías que tuviera por la botica. Su madre no tenía nombre y se sabe apenas de ella que gustaba de freír los huevos fritos de siete en siete.

La infancia de nuestro insigne autor transcurrió entre frascos de medicamentos y pastillas de diversa catadura.
Comenzó sus estudios en un convento que los padres Esponjarios tenían en la falda de una montaña, al lado de un acantilado muy bonito al que solían ir los vecinos del cercano pueblo de Alosanfant a suicidarse los domingos por la tarde. Allí aprendió muchas cosas nuestro joven Mentolato. Apendió a sumar, primero con los dedos y luego sin ellos. Aprendió a escribir "Mi mamá me mima" y gilipoyadas de esa jaez, aprendió donde estaba Portugal y quien fue Magallanes, pero sobre todo, aprendió a fumar.
Apenas tenía 28 años cuando una mañana fría de principios de Junio su compañero Nonecaedro Llonson, al lado del bocadillo de salchichas con patatas fritas sacó un paquete de cigarrillos. Lo ofreció al grupo al tiempo que decía, impostando la voz: "¿Gustaseis?"
El Guti dijo que sí y se comió dos, Pérez Caminero dijo que su padre no le dejaba y fue a chivarse al padre Guillermo, que se había arremangado la sotana y estaba jugando al fútbol con los peques. Ya llevaba doce goles él solo.
Mentolato se quedó mirando ensimismado el paquete de cigarrillos y al ver que no mordía, cogió uno y se lo puso en la boca.
En aquellos tiempos los cigarrillos no se encendían solos y tuvo que ser su amigo Nonecaedro el que le acercara fuego al cilindrín. En aquella época remota a los cigarrillos les llamaban también cilindrines.
Junto con el humo, entró en su cuerpo joven e inexperto la musa de la escritura.



Los estudiosos en este punto discrepan de forma muy seria, llegando algunas veces a posturas sumamente enfrentadas. En 1893, por ejemplo, el Decano de la Universidad de escritores malditos de Delaware le dio una bofetada al conserje de dicho centro por decir que no sería una musa. En 1923 el insigne estudioso del instituto de Estudios Malditos de Manchuria, retó a un duelo al profesor emérito de la facultad de Ciencias Difusas de dicha localidad, por dudar de que la musa de la escritura estuviera dentro del cigarrillo aquel que se fumó esa fría mañana de principios de Junio.

Fuera como fuese, Mentolato se puso en pie de un salto y entre febriles espasmo escribió el prefacio de la que sería su obra prima, "Parece usted tonto de lejos, pollo".
Hubo gran consternación en el recreo en aquel punto. El Padre Guillermo se había quedado solo ante Joselito Ruiz, de siete años, que hacia de portero y estaba muy ocupado intentando sonarse sin pañuelo.


Mas tarde, aquella noche, mientras fumaba un cigarrillo tras otro, escribiría los capítulos primeros y segundos de su obra. Como es bien sabido, Mentolato gustaba de poner en todas sus obras tres capítulos primeros y cinco segundos. No le gustaba que hubiera capítulos terceros, los consideraba una muestra de mal gusto. Si había un capitulo cuarto debía ser muy, muy corto. En cambio, era partidario de que el capitulo quinto llegara hasta el final del libro. Y que la obra acabara, inexorablemente, siempre, con otro capitulo segundo puesto a traición. cuando menos se lo esperase el lector.

Esa noche escribió aquel diálogo que ha perdurado en la historia de la literatura universal de forma permanente:
"...¿No es verdad? Dí, por favor. ¿No es verdad?
- Si, es verdad"
También destaca de aquella primera obra, la descripción que hace de la joven Emerinda, la prometida del rico limpiabotas:
"Emerinda era una joven muy monina. Era alta y muy tetona"
Sin embargo, lo que cautiva a la crítica es la forma en que narra la lucha entre Marcel, el teniente de la caballería del rey y Clavicordio, su caballo:
"...encarose con el caballo e intentó besarlo, pero la bestia no era partidaria de sus requerimientos y volviendo su grupa, diole una coz al teniente. Que a partir de aquel día quedose tontito de la cabeza"

El Sumo pontífice del convento donde estudiaba queda encantado de su obra y lo contrata para que de clases en su facultad. A partir de ese momento es profesor adjunto del departamento de química y sus labores. Su padre está orgulloso de él y su madre le fríe unos huevos en señal de jubilo y boato.

Así, entre clases de ganchillo y formulas químicas, cartones de tabaco y ceniceros llenos, ven la luz "Desde un ventanuco asqueroso", una obra de viajes y costumbres muy detallista.
"¿Tiene usted lumbre? Saleroso", quizá su novela más controvertida, por cuanto su protagonista, una funambulista ciega y coja queda atrapada en lo alto de la cuerda floja en un precipicio y nadie le da fuego para poder fumar. Es según algunos, una obra de una crudeza y una tristeza rayana en el sobresalto; según otros, una tontá para que le den un empujón a la pesada de la protagonista nada mas empezar la lectura u se ahorre el tostón de la novela.
"La venganza del capitán Sarmiento" narra las vivencias del hijo de María y lo que le pasó con el viento.
"La ballena y los arenques", fabula ecológica donde una ballena cuenta su vida a unos arenques que van a visitarla.



Es precisamente en la presentación de este libro cuando conoce a Fortunata Filismorris. Fortunata era una viuda de mediana edad que tenía un estanco y lo alquilaba para las presentaciones de libros. Hay quien dice que fue un amor a primera vista, hay quien opina que fue un acto interesado, que él buscaba un descuento en el tabaco y ella quien la empotrara las noches de luna llena. Sea como fuere, un viernes de principios de Junio se casaron. Mentolato acudió vestido de novio antiguo, Fortunata de novia antigua también. El cura se vistió de cura, los testigos de testigos...en fin, muy previsible todo.

Tuvieron siete hijos (mas ella que él) y a todos les pusieron nombre.
Siguieron algunas obras más. Algunas han pasado a la historia universal como ejemplos de lo que nunca se debe hacer cuando se tiene un lápiz y un papel, y otras fueron muy malas.

Acudió cuando su patria lo llamó a la guerra de los Amonitas (que se suspendió por el mal tiempo) y fue un ejemplo de pulcritud y decoro.
Protagonizó muchas escenas de hazañas bélicas cuando ya el enemigo se había ido. Lo cual no fue obstáculo para que se luciera de grande manera y todos los generales quisieran condecorarlo e invitarlo a beber en los lupanares que en el frente había.
Regresó a su tierra condecorado en loor de valentía y decencia y se encontró con que lo habían dado por muerto. Como no gustaba de discutir con la autoridad se murió inmediatamente.

Quede para la posteridad lo que sus hijos mandaron grabar en su sepultura:
"Aquí yace papá"



jueves, 12 de enero de 2017

El caso de la soprano afónica

Era una mañana fría cuando mi amigo me citó en la cola de un dentista que atendía a domicilio a las familias menesterosas del califato en el que habíamos ido a pasar las vacaciones de navidad.
- Hola. - Me saludó - ¿Te he contado el caso de la cantante de opera que se quemó comiendo sopa y la tuvieron que operar a vida o muerte?
- Hola. - Le contesté - No me suena que me hubieras contado nada de eso.
- Es que es mentira, me lo acabo de inventar ahora. ¿Y te he contado el caso de la soprano que se quedó afónica y me contrató para que investigara la causa del suceso? ¿te lo he contado? ¿te lo he contado? ¿Eh? ¿te suena? ¿te suena?
- Una vez me hablaste sobre ello, pero no llegaste a contarme nada concreto.
Mi amigo se seca una lágrima y me dice consternado que es un tema triste.
- Es uno de esos casos extraños. Que parece que no, pero ahí está.
Y dicho esto, comenzó su relato:



Era una mañana fría y lóbrega, habíamos salido al recreo a comernos el bocadillo y a jugar a la pelota, cuando el padre Trigumersindo...

- ¡¿Qué?! -Le interrumpí- ¿Cómo que en el recreo y jugando a la pelota? ¿Que edad tenias?
- La edad es lo de menos, la edad se tiene en el corazón. Yo siempre he sido un niño.
- Pensaba que era un caso reciente, de tu etapa como detective privado
- En cierto modo así es. No me interrumpas, por favor.
Y continuó con su relato:



...se nos acercó a donde estábamos el Guti y yo y cogiéndonos de las orejas nos mandó al despacho del padre superior.
Al Guti se le empalagó su bocadillo de chorizo y yo, que ya lo sabes tú de toda la vida, he tenido desde siempre un carácter muy arisco, le di un puñetazo a una esquina, de la rabia que me dio, e hice un boquete.
No me mires con esa cara. No llegué a dárselo, es verdad. Hacía frío y tenia las manos dentro de los bolsillos del abrigo, pero me quedé con las ganas.
El despacho del padre superior estaba en la zona rica del colegio. Lejos del olor a bocadillos de mortadela o de atún con mayonesa. El secretario era un fraile rubio de bote con mirada torcida y acento extranjero.
- Venimos a ver a su santidad -dijo el Guti, y como no estaba muy puesto en los trámites de la iglesia, añadió un hermoso "Ora pro novis".
Yo, por mi parte, iba a dar un puñetazo en la mesa y a hundírsela en el suelo, ya me conoces, cuando el secretario nos miró y nos dijo que pasáramos.
El despacho de su eminencia episcopaliana era suntuoso a la par que elegante. Arreglado pero informal, ya sabes. El Padre superior hacía como que trabajaba con denuedo, rellenando cartillas de calificaciones como un quinielista loco hasta que se percató de nuestra presencia. Alzó la vista y nos dijo que nos acercáramos.
- Totus tus -Dije yo, seguro como estaba de que aquella era la fórmula adecuada para hablar con uno de los padres de la iglesia.
- Ave María Purísima -Dijo el Guti, que le sonaba del confesionario.
- Deharse de gilipoyeces -Dijo el padre superior con ese deje de allende los mares que le caracterizaba- ustedes habéis sido llamados a la mía persona para darme una explicación minuciosa de una cosa que es muy importante a mí mismo.
- Pero eminencia... -quise argumentar yo.
- Silencio, chacal del desierto -dijo él, que seguramente había estado leyendo al capitán trueno y se le había pegado- ustedes habéis suspendido examen muy importante de solfeo. Ustedes no tenéis derecho de soplar flauta con defectos de solfeo. Es inadmisible. Ustedes han enfadado a padre Valladares y ahora él quiere meterse a monja y eso no es posible.
- Pero eminencia... -intenté intervenir otra vez yo mismo.
- Silencio, perro infiel -volvió a cortarme el padre- ahora ustedes dos vosotros van a ir a recoger a sobrina mía de mí que viene en tren expreso de Cracovia y a traerla aquí para que ella esté descansada para clase magistral de solfeo que va a impartir gran maestro de la escuela de Boston.
- Pero eminencia...
- ¿Sí? ¿Cual es ahora problema?
- No, nada. Que vale.



La estación era lóbrega y fría. Un mozo de andén se paseaba con un farol encendido y miraba su reloj de cadena cada doce pasos.
El tren llegó a los pocos minutos haciendo el ruido que hacen los trenes que llegan a los sitios. De él bajo una niña con una maleta y se vino a nosotros.
- Soy la sobrina del sumo padre y como no me llevéis ante él os van a inflar a collejas, que lo sepas.
Era una jovencita adorable. Daban ganas de estrangularla con mucho cariño. Se llamaba Dora y le gustaba explorar. Durante la vuelta nos contó parte de su vida, sobre todo la parte de su infancia que abarcaba la tarde anterior. Su sueño era llegar a ser soprano. Se había destacado como vocalista. La había descubierto una profesora muy fea que les daba clase de matemáticas antiguas. Un día dijo una "e" que sonó como una "a" y se hizo el silencio en clase. La profesora fea se la quedó mirando y le pidió que repitiera la "e". Ella así lo hizo y sonó aun más rotunda. Se podía cortar la tensión con un cuchillo, muy afilado, eso sí. Se le escapó una lágrima por la mejilla a la profesora fea y le pidió que recitara una  "a", luego una "o" y terminó con una "u".
- Estaba alterada, -nos contó- y temblando me tomó de la manita y me llevó ante la directora musical del centro. Volví a recitar las vocales y entonces la directora me dijo que era una vocalista nata y que a partir de ese día debía hacer mis abluciones mirando a Pontevedra para fortaleces las cuerdas vocales. Y mi tío me ha llamado para que asista a la clase magistral.
La dejamos en presencia del padre sumo y no la volvimos a ver.



Bueno, no la volví a ver hasta hace un par de meses. Apareció por mi despacho y no la reconocí, ya no medía un metro diez ni llevaba calcetines ni una cartera llena de pegatinas.
- Hola -me dijo- ¿sabes quien soy?
Ya sabes tú que yo en eso de las adivinanzas ando más bien justito, así que le dije que sí que lo sabía pero que me daba vergüenza decírselo.
- Yo soy la soprano Doña Dora. Una vez estuve en esta hermosa ciudad para asistir a una clase magistral y usted y el Guti me recogieron en la estación.
- ¿Fue una mañana lóbegra y fría del mes del corriente?
- Sí -dijo ella- ¿lo recuerdas?
- Como si lo acabara de leer hace un momento -respondí yo mismo- tú eras la sobrina del padre superior y eras vocalista, soñabas con ser soprano...
- Sí -volvió a decir ella, ya pesadita- primero fui contralto, luego mezo soprano...
- ¿Y qué te trae por aquí al cabo de tanto tiempo? -le pregunté yo. Estarás de acuerdo conmigo en que aquí estuve fino.
- He venido a contratarte como detective, aunque he de decir que lo que me llamó la atención fue ese anuncio de hombre orquesta que has puesto en el periódico.
- Ja ja ja -le contesté, con ese deje tan peculiar mío.
- Está bien, dejemos atrás el pasado y hablemos de mi problema.
- Comprendo -le dije yo.
- Mi problema es muy delicado y no se puede tratar así como así.
- Comprendo.
- Señor detective, me he quedado afónica y como soy soprano es muy delicado, más que nada por los conciertos. En el karaoke me molesta menos, pero en un concierto es diferente...
- Comprendo.
- ...es diferente porque hay más gente, ¿sabe?
- Comprendo. Con la comprensión.
- Así que aquí me tiene, suya afectísima y afónica.
Si te he de ser sincero, no había reparado en que era afónica hasta que lo dijo. Pensaba que era su voz natural. Ya comprenderás que desde que me pasó aquello con el cupón no esté mucho para florituras ni para nada que no sea importante.
Entonces cayó de rodillas ante mí y me suplicó que la ayudara. Tenía un concierto el sábado y no podía actuar de aquella guisa. Yo la comprendía y se lo hice saber.
- Bien, jovencita -apostillé al fin- su caso no es tan grave. Va a hacer sus abluciones mirando para cinco kilómetros más al norte de Pontevedra. No va a comer ajo hasta el día del concierto, y ese día, se me come de tres a cuatro kilos. Pero crudos y sin pelar, esto es muy importante, con el tallo y todo.
Y para el próximo concierto, acuérdese de no dormir con el culo al aire, que eso es lo que causa la afonía. -ella me miraba asombrada, parecía ser la niña aquella asquerosa de la estación otra vez.
- Pero detective... como...como..?
- Elemental, querida niña. Antes de que entrara por la puerta estaba leyendo la prensa y aquí está, en la página 38 del periódico. "La soprano Doña Dora se ha quedado afónica por dormir con el culo al aire. Los doctores le dicen que haga gárgaras y que vigile el consumo de ajo"...



Me molesta mucho -interrumpí por fin a mi amigo- esos relatos de misterio donde el autor se guarda información y no la da hasta el último momento.

Pues te aguantas -me dijo él- y ahora por interrumpirme no te cuento el final, que era muy bonito, porque ella me pagó y me entregó una carta que llevaba en el bolso y que era del secretario del padre sumo, que me decía que qué ojos mas bonitos tenía y todo. Pues ahora no te lo cuento, por listo.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Los escritores malditos III (Los poetas III)

Continuando la magistral lección que habíamos comenzado a estudiar, toca hablar hoy, lunes, de Don Leocadio Yunamierda Pérez, el escritor gótico por excelencia.




Leocadio nació en los arrabales de la catedral del priorato. Era hijo de Wenceslao Yunamierda Sánchez, oficial de sepulturero de dicho priorato y de Gumersinda Pérez Pérez, que era una difunta del lugar.
A edad temprana comenzó a trabajar como aprendiz de sepulturero, pero se le daba bastante mal. Sus muertos se desenterraban solos y el padre estaba harto de tener que ir a buscarlos luego.
Un buen día lo llamó a un reservado y le conminó a que dejara el trabajo y estudiara, que era una cosa que se estaba poniendo de moda en la capital.
Tal hizo el joven Leocadio y con una muda limpia y una libreta se marchó a la Universidad del priorato.
Allí dio comienzo sus brillantes eras de aprendizajes, y en poco tiempo aprobó parvulitos y primero de la EGB, a eso siguió segundo, tercero... y un buen día hasta cuarto hizo.
Pero, según cuenta su biógrafo, Don Pascualino del Abedul, es en esta época cuando se le aparece en sueños un señor muy feo que le da capones y le insta a que barra el bosque. El joven Leocadio se despierta presa de fuertes convulsiones y espasmos de diversas cuantías y escribe lo que sería su primer poema.

ODA A UN TÍO MUY FEO QUE SE ME HA APARECIDO EN SUEÑOS
Oh, tío feo
Haz el favor de no darme capones
que si me los dieras o dieses otra vez
la congoja que anida en mi alma
tu no sabes la que es
anda y anda

La rima es una asignatura que aun no había dado, así que rimar, o que se dice rimar, no rima, pero causa muy buena impresión a su profesor de gimnasia rítmica, quien lo anima a continuar con la lírica. Además le aconseja que se deje el deporte y que coma más, mucho más.



Leocadio hace caso a su profesor y le escribe una de las más bellas composiciones de su siglo a la joven Renata Fresones. Comienza de esta guisa.

Renata amada
me gustaría que estuvieses muerta
para poder llevarte flores a la tumba
y llorarte un ratito cada día

La joven Renata, seriamente sorprendida, emprende acciones legales, presa de su amor, y consigue que le embarguen la pluma de escribir poesía. Sin embargo, Leocadio está poseido por el espíritu poético y compone para su amada esta suma:

3476898755429
3487776198711
3986541953429
8776543877711
3652009877129
3468534980011 

Como se puede apreciar, rima en 29 y en 11.
Renata cae presa de la pasión en el amor y le pide a Leocadio que le escriba marranadas con esdrujuleces. El joven poeta maldito no sabe lo que son las esdrujuleces esas ni las marranadas y le escribe un pestiño super cursi de margaritas y flores y mariconadas de esas.
Renata lo manda a paseo y Leocadio, al que ya le han devuelto la pluma de las poesias, escribe esta tristisima epístola de compungimiento y solaz:

Asi que ahora no te gusta lo que escribo
¿No, rica?
Pues vete a la mierda
Y además, estás gorda,
que lo sepas.

El dolor se destila en cada silabas del escrito. Acude a su rescate su anciano padre, que ya era sepulturero mayor del priorato y lo conmina a que vuelva a intentar lo de enterrar muertecitos.
Esta vez se le da mejor y se deja la literatura y esas tonterías.
Y ya no escribió más.
¿Qué se le va a hacer?



El próximo día hablaremos de un novelista, para haceros más amenas las clases. Nada menos que de Mentolato Smith, que además de novelista y extranjero, fumaba muchísimo.

jueves, 5 de mayo de 2016

Los escritores malditos II. Los poetas (II)

 Esta entrega es continuación de esta otra donde se explicaba la magistral lección que se está impartiendo.


Ceferino Cienfuegos Cetamayúscula. Religioso y poeta.
Ceferino nació fruto de un parto un día que su madre rompió aguas.
A edad párvula se sintió llamado por el deseo de escribir e ingresó en un convento, donde le enseñaron a copiar las magnas obras de la antigüedad.
Era la edad media y eran así de raros.
(Por cierto, ¿como es que por ser la edad media iba la gente a caballo, pero si  una persona es de mediana edad tiene que ir a pie, y lo que es peor, cuando hay mucha gente y se quiere saber la media de edad, se suma y se divide y no sale el caballo por ningún lado? No es justo)



A base de copiar y copiar textos antiguos, aprendió a expresarse de forma bella y desinhibida y compuso sus primeros poemas:

Porque eres bella te quiero mirar
y con tu cara quiero soñar
si te pudiera acariciar
un beso te querría dar
sin que nos pudieran observar
sin quererte abandonar
que bonito, Mari Mar.
Este bello poema se lo dedicó a Doña María del Mar Pescadilla de Brahamante, viuda de Don Hilofino Brahamante Pérez, madre del anciano padre superior de la abadía.
Mas tarde, al verse rechazado en sus requiebros, fijaría el objeto de su interés en un compañero de oraciones, que hasta la fecha nos ha sido desconocido:
Que bien mueves el culo al caminar
cuando te veo barrer
y la basura vas a tirar
porque no la puedes esconder
Saleroso
Este último poema cayó muy mal en las altas estancias del priorato y el joven Ceferino fue llamado a capítulo. Fue acusado de lascivo, procaz, e injurioso. El arcipreste del priorato, hombre ecuánime y riguroso como pocos, fue inflexible en sus exigencias y condenó al poeta a cortarse las uñas de los pies todos los días.

 
Intervino entonces el anciano padre superior de la abadía (parece ser que influido por su madre, que a la sazón empezaba a sentir cierta curiosidad por el monje lascivo) y le conmutó la pena por otra de azotes en las nalgas cada tarde después del rezo vespertino. Es de esta etapa de su vida de donde proceden estos versos tan tristes:

Triste destino el mío
que solo teniendo diez uñas
ambas nalgas me flagelan
con inusitada rebeldía,
¡Madre mía!

Conmovida la comunidad, se decide conmutar la pena de los azotes en las nalgas por el de morir en la horca. Pero Ceferino, que resulta ser un ingrato, se fuga del convento una noche sin luna y no sabiendo donde ir se presenta al día siguiente con un bigote postizo para ingresar como novicio. Dice llamarse Ceferino Cienfuegos Cetamayúscula también, pero que se debe tratar de una casualidad. Es aceptado y se le da una escoba y el encargo de barrer el escaramujo, que en esa época era además de un bicho muy malo, una plaga.
Mientras barre escribe su primer libro de poemas, que le daría fama y lo convertiría en el escritor maldito que hoy conocemos. El libro se titula "El puto escaramujo" y es un canto de amor y pasión al escaramujo y a la madre que lo parió.



Con el llega la fama efímera y las riquezas inconmensurables. Como es un hombre sencillo, no quiere el dinero. Solo las cosas que se pueden comprar con él. Se va del convento y pone una casa de latrocinio.
De esta época procede su segunda obra "La puta casa". Es un revulsivo para la sociedad de su época. Es un jarro de agua fría y se vuelve pobre. La gente exige que le devuelvan su dinero y además devuelven el libro anterior contra reembolso. Lo echan de la casa de latrocinio y pretende volver al convento, pero ya era por la noche y está cerrado.
Se instala como escayolista en el cercano pueblo de Cienfuegos y pronto se olvida del latrocinio y los frailes. Escribe su tercera y ultima obra "La puta escayola". Pero es muy mala.

Abrumado por el descrédito se muere.



Hasta hace algunos años se estudiaba como uno de los poetas de la edad media (la de los caballos) pero ya lo han quitado y lo han puesto de escritor maldito.
También podían haberlo puesto de escritor escayolista, o de escayolista poeta, pero no. La gente, que cuando les da por un capricho.

jueves, 28 de abril de 2016

El caso de la pitonisa poetisa.

Se llamaba Antoñita Culoprieto Fernández Quincuagésima. Era una mujer rubia...


- ¿¡También era rubia¡? ¿Es que solo te contratan las rubias? ¿Tú no ves nada raro en eso? -Le pregunté a mi amigo el día que empezó a contarme el caso de la pitonisa poetisa- Cada vez que me dices que entró en tu despacho una mujer, es rubia. Tu secretaria es rubia platino, la mujer de la limpieza es rubia platino, todas tus clientas son rubias platino...
Esta era de bote. Además tenia el pelo de paja. Y se le veían las puntas negras, y las cejas...
- Vale, vamos a dejarlo ahí, que te estoy viendo venir.
Entró en mi despacho tambaleándose, como si viniera de bailar alguna salsa de esas modernas.
- Señor detective -me dijo- Buenas tardes nos de Dios.
Yo la miré con esa perspicacia que me carateriza y le dije:
- Comprendo
Parece que se animó y ya me dijo de corrido:
- Me llamo Antoñita Culoprieto Fernández Quincuagésima, soy una mujer rubia natural de bote, soy poetisa y pitonisa. Un día una cosa y otro otra. Todo no se puede ser al mismo tiempo en la vida. Porque si estoy pitoniseando y, un suponer, le hablo en verso, ¿a que usted lo encuentra raro?
Aquella era una pregunta cargada de intención. Ya sabes que yo soy un detective con muchos años de experiencia a mis espaldas, y decidí darle una vuelta de tuerca. Le dije:
- Comprendo
- Pues el caso, señor detective es que necesito que usted investigue una cosa de mucho misterio. Se trata de que yo le había hecho una promesa a un santo de que le iba a poner una vela. Era un cirio muy bonito. Con cera por fuera y una mecha por dentro. Muy vistoso. El caso es que le estaba comprando un molde para hacer bizcochos a mi madre mía de mí, para que me haga una tarta de chocolate cuando héteme aquí que el cirio se había desaparecido.
- Comprendo
-Estaba yo preguntando por la talla del molde, cuando ¡¡Paff!! el cirio se desaparece. Fue una cosa...
- Comprendo
- Y es por esto. A ver si hace usted el favor de investigar y me lo encuentra.
Y diciendo esto último se marchó.



Yo quedé compungido. Ya te lo puedes imaginar. Toda la vida queriendo ser santo para que me llevaran cirios y velas y esta pobre mujer había perdido su oportunidad de ser grata a los ojos de algún bendito de dios.
Tomé mi lupa y me puse manos a la obra. Me personé en la casa de la pitonisa Antoñita. Estaba atendiendo a un cliente. Le leía la mano. Era muy buena.
- Usted -le decía al sujeto- en esta mano tiene cinco dedos.
-¡¡Es verdad, es verdad!! -decía el señor alborozado.
- Calle, que me están hablando los astros, me dicen que usted, que usted...hoy al salir de casa se ha puesto una rebequita verde por si refrescaba.
- Es cierto, es cierto -decía el señor- mire, es esta que llevo puesta.
- Pues ahora le voy a recitar un poema muy bonito que me aprendí en mi tierna infancia. Dice así:
Oh, que bonito es el mar
por la mañana temprano
cuando al ir a trabajar
me sudan las manos
¿Le ha gustado? Pues no se lo cuente a nadie... -entonces se dio cuenta de que yo estaba allí-
Oh, señor detective, no había reparado en su presencia. Mire, ahí al lado de esa mesita estaba el cirio de mis quebrantos. En una caja que pone "Cirios y velas para poner a ese bendito hombre".



Me acerqué a mirar la caja a la cual se refería la pitonisa. En efecto, allí estaba la caja y la caja estaba vacía. ¿Vacia? Ya te he dicho que llevaba mi lupa. Al mirar con más detenimiento observé atónito que había una pelusa. No era una pelusa normal. Era una de esas pelusas que salen debajo de los sofás en el mes de abril del corriente. Preso de una fuerte intuición, me agaché a mirar debajo del sofá y...sí. Allí estaba el cirio.
Lo tomé con manos temblorosas y me acerqué a donde estaba la pitonisa recitando un octeto al señor.
Ella lo miró con creciente interés y cayó de rodillas ante mí.
- Señor detective, ¿Cómo es posible?
- Elemental -le dije- hay que limpiar un poco más, rica.
Y eso es todo ¿Te ha dado miedo?

domingo, 15 de noviembre de 2015

El proceloso caso de la bruja fea con unas domingas propias de un sábado.

Aquella noche mi amigo estaba especialmente charlatán. Me había citado sin darme demasiadas explicaciones "a eso de las nueve y donde tú ya sabes".
Alrededor de las nueve y cuarto me volvió a llamar para preguntarme donde era el sitio, porque él se había ido al kiosko del parque donde este verano nos habíamos tomado las cervezas por las tardes y estaba ya cerrado.
Me habló de lo divino y de lo humano. Con lo divino no se entretuvo demasiado, porque había discutido de forma más que exabrúptica con el cónsul del reverendo del obispado. Su conversación sobre la parte mundana de los seres más o menos humanos, como siempre, consiguió que me olvidara de mis muchísimos problemas medioambientales.

¿Sabes? -Me dijo de pronto- Hace tiempo que no te cuento ninguno de mis muchísimos casos. Pues hoy, por ser unas fechas tan señaladas, te voy a contar uno. Pa que veas.


Y esto fue lo que me contó aquella noche:

Serían alrededor de las cuatro de la tarde de aquel jueves cinco de Noviembre cuando su secretaria le informó de que había una señora que insistía en verlo.
La señora resultó ser una rubia platino de proporciones perfectas...(en este punto interrumpí a mi amigo para preguntarle si estaba seguro de que la señora era de esa tal tesitura y él me aseguró que de tal forma era la susodicha clienta. Además, puntualizó lleno de santísima congoja, se llamaba Marisa)...de unos treinta y pocos años y de ojos garzos y verdesísimos...(En este punto insistí en querer saber si estaba seguro de lo que decía y mi amigo se reafirmó en sus afirmaciones. Además, lleno de convicción me aseguró que se llamaba de primer apellido Gutierrez)...que se sentó delante de su mesa y le dijo:
- Buenas tardes.
Mi amigo, que podrá parecer un buen montón de cosas, es, sin embargo, un hombre muy educado y le contestó con otro exquisito:
- Buenas tardes.
La señora no se anduvo ya con más remilgos y le dijo:
- Me llamo Marisa Gutierrez y quiero que investigue un caso de mucho misterio.
- Buenas tardes -Insistió mi amigo dejando claro ya que él era mucho más que un hombre educado.
- El caso de mucho misterio es de que la otra noche cuando volvía de misa de ocho un desconocido que se llama Enrique Pérez García y que es auxiliar de farmacia de la esquina de mi calle me abordó de forma inopinada y me dio este sobre manuscrito. Como verá usted, dentro hay un anónimo que pone unas cosas muy misteriosas y que dan mucho que pensar -dijo al tiempo que le tendía al investigador un sobre que acababa de sacar de su bolso.
- Vaya, vaya...a verlo, a verlo, ¿me deja que lo vea? ¿Lo puedo ver? A ver qué pone, a ver qué pone...
El sobre, tal y como había adelantado Doña Marisa Gutiérrez, contenía un manuscrito. El manuscrito decía:
"El buho buha y la marsopa no se lo va a impedir.
Nicanor tenía un bote de remos pero había dejado de fumar.
Si eres más tonta te hubieran convidado a plátanos.
La suma de los elementos de un conjunto no pueden ser esdrújulos aunque lo exiga el santo patrón.
Te vas a enterrar rubia de bote."
- Ummhhhh....esto que pone aquí, esto que pone, Ni Canor tenta un bate...debe ser alguna clave o algo así de mucho misterio.
- No, mire, es que lo está usted leyendo mal. Pone Nicanor.
- ¡¡Nicanor tocando el tambor!! Vale ya está el caso resuelto.
- ¡¡¡¿¿Cómo??!!! ¿Es posible?
- Sí. Yo tenía un amigo que se llamaba Nicanor, que no sabía tocar el tambor y a lo mejor ha dejado de fumar.
- ¿Cómo?
- No, espere, eso no puede ser. Mi amigo es de León y este anónimo no pone que sea de allí.
- Bueno, señor investigador, haga lo que tenga que hacer y resuelva este caso, que luego pasa lo que pasa.
Y la rubia platino se marchó.

Mi amigo llamó a su secretaria entonces y le encargó que lo despertara a eso de las seis, porque Doña Marisa había llegado justo a la hora de la siesta y no era plan de andar luego pegando cabezadas en mitad de un tiroteo.
Cuando se despertó más tarde se vio capaz de darle un enfoque totalmente nuevo al caso que le habían planteado un par de horas antes.
- Verás -me explicó- era una simple ecuación matemática de tercer nivel con un sintagma estructural que hacía un binomio polisintgmático. Ja ja ja, a ti te parece complicado, pero para un hombre con mis recursos memotécnicos es en realidad una fruslería.
Verás, el buho que buha representa un semaforo en rojo y la morsopa es una señora que asomada a su ventana se fija en quien se lo salta...
- ¿Qué me dices?
- Lo que yo te diga. ¿No ves que yo soy un investigador con mucho prestigio? Nicanor con un bote de remos pero que ha dejado de fumar se refiere a alguien que se compró un bote este verano y que ya no va al estanco.
  Y ahora viene lo interesante, justo en la esquina de la plaza del alquitrán, hay un semáforo, hay un estanco y una señora muy cotilla que se pasa las horas asomada a la ventana. ¿Asombrado? Pues eso no es nada, porque además, da la casualidad de que cierto cliente de ese mismo estanco se compró una barquita de remos este verano. Ese hombre se llama Nicomedes Gutiérrez.
- ¿Todo eso lo dedujiste solo con echar una siesta?
- Casi. Tuve que ir a hacer algunas averiguaciones, pero no me dirás que la cosa no estaba interesante.
- Hombre, visto desde esa perspectiva...
- Pues lo mejor era lo de los elementos de un conjunto. ¿Tu no te acuerdas de que el ayuntamiento había contratado a un grupo musical para las fiestas del pueblo? Las fiestas del santo patrón, San Nicanor del septimo pisotón. ¿Y que la actuación se suspendió porque la vocalista se había quedado afónica en un karaoke?
- No sé, a mí ya sabes que las cosas del pueblo...
- Pues con esa información me lancé a la calle...
Y esto fue lo que me contó:
Entró en el estanco a comprar cigarrillos con sabor a plátanos, porque no le terminaba de cuadrar lo de que hubieran podido invitar a plátanos a alguien sin que se viera ninguna platanería por las cercanías.
- Cigarritos de plátano no tengo, señorito -le dijo la estanquera- pero puede comprar anguno en la frutería de aquí al lado y fumar muy deprisa mientras se lo come.

El hecho de que hubiera una frutería tan cerca otorgaba un nuevo punto de vista a sus pesquisas. Así que se acercó al tal sitio. Lo primero que vio fue un mostrador, detrás unas tetas y detrás una señora muy fea.
- Buenas tetas, que diga, no, perdón, Buenas tardes. Es que me he distraido porque como ya es jueves y ya ha cantado la alondra.
- Buenas tardes, ¿que se le ofrece, pollo?
- Es que yo soy detective y estoy investigando un caso de mucho misterio. ¿Son de verdad?
- Pues yo no he matado a nadie ni nada. Y además tengo coartada. Y tengo unas naranjas muy ricas también. ¿Quiere llevarse naranjas, pollo? Venga, que se las voy a poner muy bien de precio, están muy ricas. Ya verá como se las come usted a la carrera y se chupa los dedos y todo. ¿Cuanto le pongo?
- No, gracias, señora. Lo que me gustaría saber es donde estaba usted anoche a la hora de salir de misa de ocho...
- ¿Cuanto le pongo? ¿Tres kilitos de naranjas y uno de mandarinas? ¿Ha visto usted que mandarinas más ricas tengo? ¿Ha visto que hermosura de mandarinas? ¿A que dan ganas de adoptarlas de lo ricas que están? ¿A que sí?
- No, gracias. Es que yo no soy de comer naranjas. ¿Tiene usted plátanos con sabor a cigarrillos?
- ¿Cómo? No se de que me habla -Dijo la frutera detrás de sus tetas poniéndose evidentemente nerviosa- eso son habladurías. Eso no se lo que es. Váyase, váyase.
- Vaya, vaya. Esto es muy interesante. Así que usted no sabe nada de lo que le estoy hablando, ¿verdad?


- Está bien, lo confieso. Lo confieso todo. Yo me disfracé de bruja el sábado pasado, que era Halloween. Y me puse un escoque y me maquillé como si fuera guapa. Enseguida se me enamoró el vizconde de Gutiérrez y me invitó a mariscadas y otros manjareces de esa índole. Yo soy buena y casta y pura, pero esa noche, como iba de bruja, fui un poco guarra y a la mañana siguiente, cuando alboreó el gallo y el vizconde me vió al natural ya no me amó ni nada. Se limitó a seguir haciéndome guarrerías hasta la hora nona y luego se marchó. El desánimo y la sinrazón se apropiaron de mi ánimo y víctima de la desazón, me fui a comer chocolates y a llorar mis penas.
- Jo, chocolate, con lo que a mí me gusta...
- Pues se aguanta, que me lo comí yo todo. Luego supe que esa rubia platino de bote de Marisa Gutiérrez era la amante nueva del vizconde y pagué al mequetrefe de la farmacia para que le llevara esa misiva de forma secreta a la señoritinga.
- Con lo que a mí me gusta el chocolate...
- Yo no quería que todo se fuera de su cauce -insistía aun la señora fea.
- Pues si no me vas a dar chocolate, me chivo. Le voy a decir a la señá Marisa que es usted una bruja mala.
- Yo soy buena. Yo soy casta. Yo soy pura. A veces me emputezco un ratico, pero es por el tiempo.

En este punto mi amigo se entristece, se le entrecorta la voz y noto como su mirada pierde la fuerza que siempre lo ha caracterizado. Con apenas ya un soplo de voz me dice:
- Y no me dio chocolate, la hija de puta.