sábado, 15 de febrero de 2014

La leyenda del jinete vertiginoso

En los anales de las antiguas crónicas de la comarca, entre los capítulos dedicados a la invasión de las arañas radiactivas, que se produjo un día que estaba todo cerrado,  y el episodio postrero y cruel que protagonizó la insigne alcaldesa de la villa al darle un cocotazo a traición al escriba mayor del reino, destaca con trazos verdes la espantosa y truculenta hazaña del jinete vertiginoso.



Cuenta la leyenda que en las noches de luna menguante, cuando la niebla cubre los páramos y los ancianos se mesan los cabellos en la triste oquedad de sus sucios cuchitriles, se oye a los lejos el galope de un alazán poderoso y los gritos del hombre que lo monta.
Cuenta la leyenda que él era un joven mozo de cuadra muy bien plantado que se enamoriscó de la hija de los señores del castillo.

Hay que hacer un inciso en este relato, porque aquí no hubo jamas ningún castillo, ni cuadras, ni mozos, ni señores ni nada. En la comarca solo ha habido desde tiempo inmemorial los cuchitriles sucios de los ancianos que se mesan los cabellos y una vez una señora puso un puesto de verduras, pero lo quitó enseguida porque se puso a llover. Eso fue también muy comentados.

Continuando con nuestro relato, hemos de apuntar que el señor del castillo no consintió que el felón del repugnante mozo de cuadra se trajinara todos los días a su hija de cinco a seis, menos los jueves, que tenia academia de danzas medievales y lo llamó a su presencia.



"Fernandito, hijo..." -le dijo con voz tremolante y ahito de angustia paterna- "...no es que yo me quiera meter en tu vida ni nada, vaya eso por delante, pero que esta un poco feo, entiéndeme Fernandito y por favor no te ofendas, que todos los días pongas a mi amada hija en lo alto de la torre del homenaje a cuatro patas y te dediques a hacer cochinerias con ella al grito de ¡Que se joda el señor del castillo!..." -el mozo Fernandito miraba cariacontecido el bellísimo suelo del salón de los señores, y aguantaba con estoicismo el injustísimo rapapolvo del que era objeto en su inmensa bondad de corazón- "...así que me gustaría pedirte que, por favor y sin que te sirviera de molestia, fueras un poco mas discreto en tus efusiones amorosas hacia mi hija dilecta y no gritaras esas cosas hacia mi persona. No es que yo te quiera imponer ningún tipo de censura ni nada parecido, por favor, entiéndeme y no malinterpretes mis torpes palabras, pero es que luego los demás señores se me ríen y los juglares hacen chanzas y jolgorios a costa mía"
El pobre Fernandito estaba sumido en un silencio respetuoso y oclusivo (algunos expertos hablan también de un silencio fricativo, pero parece exagerado) y elevando los ojos de su insigne sumisión, musitó con voz queda y entrecortada:
"¡¡¡Ah, no!!! por ahí si que no paso. ¿¿Pero que clase de horrible dictadura es esta en la que uno no puede zumbarse a la guarrona del castillo desde lo alto de la torre?? ¿Pero para que hemos muerto tantos mozos, algunos hasta dos y tres veces, en tantas cuadras luchando por nuestros derechos? ¡¡Voto a los tres mosqueteros que tal infamia no ha de quedar sin ver cumplida sentencia de honor!! ¡Hay que joderse!"
Y ya sin decir nada más, se irguió humildemente y abandonó las estancias dando un severísimo portazo al salir.
Cuenta la leyenda que el señor del castillo se sonó los mocos con un carísimo pañuelo de oro y pedrería y el humilde mozo se fue a la capital y se alistó como inspector de hacienda en las huestes del condestable del reino, que a la sazón era Don Montorito de Lomo, primado mayor y senescal de la comarca.




Tanto debió de estudiar en su nuevo puesto el mozo Fernandito que en apenas una semana fue expulsado y condenado al destierro y al ostracismo. Pero hete aquí, que en aquel trance se celebró la batalla del abejarruco y no había caballos para el batalla de vuelta. El rey concedió una bula y la reina otra.
Dice la leyenda que el joven volvió a la comarca, dispuesto a mozear en la cuadra, como era su obligación, cuando una yegua le pisó un callo que llevaba ya muchos años en su piernecita derechita, y víctima de la congoja y el pisotón, profirió con tremenda y dramática exclamación un sacrílego exabrupto.
Hubo alguienes que lo acusaron con cobarde prontitud ante el tribunal de injurias, sacrilegios y otros pecados capitalinos y se celebró el juicio.
Cuenta la leyenda que fue un juicio muy bonito y que la alcaldesa de la comarca se quedó durmiendo en su casa. También se rumorea que Fernandito se pillo un dedo con una puerta al ir a exponer sus razones y soltó otro grito que lo incriminó de manera rotunda ya.
Fue condenado a ser personaje de leyenda con maldición propia y él, humildemente, aceptó. Lo montaron a caballo y lo pusieron a galopar, y justo en ese momento, el humilde joven observó que tenia vértigo y que si por favor lo podían bajar, que ya si acaso se montaba él en una silla.





Y esos son los gritos que según la leyenda se oyen en las noches brumosas en la comarca. Y esa es la leyenda del jinete vertiginoso, que el angelico mio es que tiene vértigo.