domingo, 10 de noviembre de 2013

El increible caso de los marcianos escabrosos en el rellano proceloso

Era una mañana brumosa como otra cualquiera de aquel aciago día del mes del corriente. Se filtraba un rayo de sol por las rendijas de la puerta mientras el detective Susodicho ojeaba la prensa con ojos cansados.
 Ella entró sin avisar y se sentó frente a él. Puso el trasero en el sitio correspondiente y cruzo una pierna sobre otra y otra mas encima.
- Buenos días -Dijo.
El detective la miró largamente y tras titubear le dijo de corrido.
-Buenos días según y como, usted se llama María Rosario del Socorro. Trabajaba de monja en una frutería y esta mañana ha aparecido un cadáver o dos en su taquilla y ha venido a pedirme auxilio porque insiste en que es inocente.
 Ella lo miró abriendo y cerrando la boca, sorprendidísima.
- La he impresionado, ¿verdad? -Dijo él.
- Por completo -Dijo ella. No ha acertado usted ni una.
- Reconocerá que era una suposición muy arriesgada...
- Mire, joven. -Lo atajó- Mi nombre carece de importancia, aunque le puedo adelantar que empieza por Mari y termina por Carmen. Me dedico a hacer el bien a los menesterosos y a cocinar croquetas de jamón con una bechamel muy rica. Tengo un puesto de ello en la quinta avenida de Alcobendas. El motivo de mi visita es que ayer noche me quedé viendo un episodio de madrugada de una serie que salían unos lagartos, marcianos o algo, disfrazados de personas que se comían a los ratones y yo creo que mi vecino es de esos.
 Aquello atrajo de inmediato la atención de nuestro héroe. La miró una vez más.
- ¿Seguro que no es usted monja?
- Dígame sus honorarios y lo contrataré para que investigue.
- Mis honorarios serán en dinero, si había pensado pagarme en B o algo, que sepa que como no sé lo que es eso, no lo acepto.
-Siendo así, vale.
 Y así fue como nuestro intrépido héroe se puso a investigar aquel sórdido misterio.



 Mientras tanto, en un lejano país del Sureste Asiático, un hombre se acuclillaba entre unas palmeras y dejaba oculto un paquete  que contenía un radiotransmisor nuclear para hablar con los marcianos. Había olvidado ponerle pilas y este detalle aparentemente tan nimio daría al traste con la vocación cancionera de un tal Mohamé del estuario del Nilo, el niño de las pirámides.



 Alrededor de las siete de la tarde, Susodicho se encontraba tomando un cortado y haciendo un crucigrama. A las diez de la noche se quedó durmiendo y cuando se despertó al día siguiente cogió su lupa del siete y se fue a investigar.
 Se disfrazó de ancianita vendiendo manzanas y se presentó ante la puerta del vecino sospechoso. Como le daba vergüenza que lo vieran disfrazado no llegó a tocar el timbre, en cambio se comió una manzana y le dejó las mondas. Volvió al poco, ya sin disfraz y esta vez si llamó a la puerta. No había nadie, así que no le abrieron. Insistió, porque no sé si se lo había comentado, pero cuando se pone pesado sabe ser un campeón, y se le acercó una vecina para ver si le pasaba algo, porque se había puesto colorado, colorado...
- ¿Esta usted bien, jovencito?
- ...es que no me abren...joooo...
- Se ve que no hay nadie, ¿porqué no viene usted mas tarde, u otro año si le viene mejor?
- Jooo...es que yo soy detective, ¿me das un duro?
 En esta tesitura se oyeron pasos por la escalera y apareció el inquilino del inmueble. Era un hombre enjuto de nariz prominente, rasgos eurasiáticos y barbilla pomerana. Miró a Susodicho y debió de comprender lo que pasaba porque sin pensárselo dos veces se sacó un duro del bolsillo y se lo tendió con gesto displicente.
- Tenga joven, pero no se lo gaste en vino.
 Y nuestro héroe se puso muy contento y se marchó.

 Al día siguiente, se presentó la clienta desconocida y quiso saber como iba la investigación. El sagaz detective le presentó su informe. Era un escrito de una redacción fenomenal, con una impecable presentación y lleno de faltas de ortografía, sintaxis y educción. Tenia problemas de álgebra mal enunciados y brillantemente mal resueltos. Acababa el dicho informe con un contundente:
 "...y un hombre que me da un duro no puede ser de ninguna de las maneras ni un marciano ni un ratón ni un lagarto ni nada malo.
 Afectuosamente este que lo es..."



 La señora queda estupefacta y patidifusa. Se cae de culo y no es capaz de articular más que el himno del atletic.

 Y así acaba este espeluznante relato. ¿Os ha dado miedo?

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