Era una noche triste y lluviosa (eso en la parte de fuera). El camarero pasaba con aire triste y lluvioso un trapo por el mostrador y pensaba en sus cosas con aire melancólico y nublado.
Apagué la colilla en el cenicero y apuré mi vaso. Miré a mi amigo. Tenía el aire ausente de los domingos por la tarde. Debía ir adelantado, porque era jueves.
- ¿Qué te pasa? - le pregunté
No me contestó. Como no está acostumbrado a fumar, cuando se echa un cigarrillo a la boca termina por tragárselo y se suele quemar. Creo que no es agradable.
Cuando por fin pudo hablar me contó el caso del que se suele acordar en los días así. Es de mucho miedo, y es este:
Aquel hombre era grande y llevaba una gabardina de color gabardina con hombreras sobre los hombros. Se encaró con el detective y le dijo:
- Tiene usted que ayudarme. Buenos días.
Susodicho, que como todos ustedes saben es un hombre de acción (de acción retardada, pero de acción al fin y al cabo) lo miró con los ojos que lleva en la cara desde el día en que nació (costumbre de su familia, que son muy tradicionales) y le dijo.
- Buenos días.
- Tiene usted que ayudarme, señor detective.
El detective lo miró otra vez (es un artista mirando) con sus ojitos de lince y lo invitó a continuar. El hombre continuó.
- Me llamo Señor Pérez y soy un hombre de negocios. Me lavo y me peino todos los días. Tengo una mujer y una tele en color en mi casa y quiero que me ayude...que me ayude...ehmmmm.... he... -el sujeto hacía grandes esfuerzos por no derrumbarse y acabar la frase, pero no podía, no podía-...con un caso....jo que caso....no puedo, no puedo...
- Tranquilícese, Señor.
- Vale, entonces si. Pues ya me tranquilizo. Pues nada, que nos ha salido un espíritu burlón en la cocina y cada vez que entro a freirme un huevo me da collejas y me tira de las trenzas y a mi señora le levanta las faldas, y como ella lo que usa son pantalones, le causa gran congoja. He mirado en el Mercadona si había algún repelente para espíritus burlones, pero no hay. Para cucarachas y ratones si.
- No se preocupe. Yo me haré cargo.
Era ya por la noche cuando llegó a casa de Señor Pérez. Era una casa con paredes a los lados y techo en la parte de arriba.
- ¿Donde está la cocina? -preguntó.
- Allí, está indicado en las flechas del pasillo. Es que como llevamos pocos años viviendo aquí hemos puesto indicadores para orientarnos.
- Muy bien, -dijo el enérgico detective, y se fue a la cocina.
- ¿Es esta la cocina? -preguntó al llegar a cierto habitáculo con un frigorífico con congelador, una vitrocerámica, horno y un fregadero.
- Sí. No se le escapa a usted nada.
- Y dice usted que ese ente sale cuando se fríe usted un huevo -dijo mientras se desabrochaba el pantalón.
- Perdóneme, señor detective. Que seguramente de estas cosas sabe usted más que yo, pero el huevo que yo frío es de gallina, de esos blancos con cascara por fuera.
- ¡Ah! Menos mal, porque estaba pensando que igual iba a estar incómodo ahí encaramado.
Y dicho esto se puso a freír el huevo. Lo hizo con puntillitas y le salió muy mono.
El espíritu burlón no se presentó aquella noche.
Volvió a la noche siguiente. Frió otro huevo y ya se quedó a cenar. Tampoco apareció el aparecido.
(Por cierto si un aparecido no aparece... vale, dejémoslo). Y volvió a freír huevos a las noches siguientes. No se vio al espíritu. Al final se acabó el cartón y Susodicho dio el caso por zanjado.
-¿Y la parte de miedo? -le pregunté a mi amigo aquella noche triste y lluviosa en la barra del bar.
- Pues que me subió mucho el colesterol -me dijo el gilipollas.
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