Como vimos en la anterior entrega de la vida de este apasionante sabio, Don Pánfilo plastificó los huevos que María de la Pirindola le había hecho.
Estando en tal proceso, nuestro hombre ideó una nueva forma de evitar el rechazo en aquellos primeros trasplantes que con tantísima timidez se empezaban a llevar a cabo.
Haciendo un poco de historia, es de menester recordar los esfuerzos que Mesié Trepanasuá hacía por perforar las cabezas de los enfermitos (en gratitud a su labor esa intervención lleva su nombre) y el Conde de la Sinapsis se esforzaba en hacer que las neuronas se comunicaran en código Morse.
Uno de los principales escollos con los que se encontraban los científicos de esa época era el del rechazo que los órganos provocaban en el cuerpo receptor. Era normal que después de haber trasplantado un riñón el cuerpo lo escupiera y este cayera al suelo y se manchara de tierra y ya no valiera para nada. El insigne Doctor en pediatría general Don Henry Ford (que a la postre acabaría fabricando coches y sonajeros) era partidario de injertar los miembros de dos en dos. El método se llamaba del órgano de repuesto. Cuando el cuerpo expulsaba el primer riñón (por ejemplo) se quedaba el otro. El profesor Quincy Diecisís por su parte defendía la tesis de grapar los órganos trasplantados y de coser muy deprisa la apertura para que el receptor no pudiera deshacerse del nuevo órgano (si el órgano era muy pequeño se hablaba de organillos, como todos ustedes saben).
Cabe destacar, por fin, los muchos éxitos que había cosechado el doctor Bernabé Barnabí, que mantenía anestesiados a sus pacientes dos años después de haber practicado la intervención, evitando el rechazo al estar el cuerpo dormido y soñando en sus cosas. Al cabo de ese tiempo el ya le había cogido cariño al nuevo miembro y lo aceptaba.
El método que proponía Don Pánfilo era revolucionario y novedoso. Había que plastificar el nuevo órgano; había que vendarle los ojos al paciente (para que no supiera que le estaban trasplantando y así no dar lugar a que hubiera rechazo) y por fin, había que decirle al despertar que el trasplante no se había podido llevar a cabo, y regalarle un globo de colores.
Los primeros intentos los realizó entre los buenos habitantes del villorrio miserable de su castillo aledaño.
Cuenta Don Pascualino del Abedul, su biógrafo, que cuando los pueblerinos se enteraron que el buen sabio buscaba gente sana para practicar sus trasplantes y que les daba un duro por intervención, corrieron entre grandes muestras de alborozo y afecto a seguir con sus quehaceres cotidianos. Todos ellos excepto Don Anónimo Sacacuartos, que tenía la única farmacia puticlub del pueblo y que era muy seguidor de la ciencia. Aquel fue el comienzo de una bonita amistad.
La primera intervención a la que se sometió el señor Sacacuartos fue a una extracción de molar. La operación fue muy bien aunque al final se le pinchó el globo y el paciente volvió muy triste a su casa.
Se le reimplantó el molar dos días después, ya siguiendo paso a paso el proceso que Don Pánfilo había ideado. El hueco que había dejado la pieza al salir, sin embargo, no era suficiente para volver a reimplantarla, así que se hizo necesario acoplarla debajo del labio. Allí había muchísimo más sitio y la muela estaba a sus anchas. Como además iba ya plastificada no hubo necesidad de lavarla nunca de nuevo, y con el dinero que ahorró en dentífrico pudo dar la entrada para un buen par de calcetines.
Animado con estos primeros resultados y dejado llevar por su ansia de gloria concede una entrevista al "National enquirer of the medicine and pianollas" de Massachussettes (ver mapa). La entrevista no es demasiado halagüeña, el entrevistador en varios momentos se levanta y le deja el block con las instrucciones de seguir preguntándose él solo. Pánfilo es un hombre de moral intachable y voluntad férrea, así que en esos momentos se hace preguntas muy comprometidas. Llega un momento en que no sabe que responder y se derrumba. Llora en el suelo y gime "no lo sé".
No está dispuesto a que esta iniciativa suya tan bonita quede frustrada por las malas artes de la prensa canallesca y al día siguiente (martes) compra varios kilos de ternera para plancha fileteada. Era una ternera buenísima, tierna, tierna y más rica... Aún se conserva un trozo de ella fosilizada en el museo de la ternera buena buenísima de Harizona de la frontera. Plastifica los filetes y pone un puesto de trasplantes en la puerta del hospital del distrito. Lo hace a un precio ridículo y le da tiempo trasplantar a tres transeúntes antes de que aparezca la policía urbana y deba salir corriendo.
Lo vuelve a intentar al día siguiente a las puertas del instituto policlínico de la vecindad (No vea ningún mapa, que se va a distraer y luego se pierde) y aun un día después en el dispensario de la parroquia aledaña. Esta vez no tiene suerte y es detenido.
Pasa la noche en el calabozo. Es una noche larga y triste. Allí escribe su fabulosa obra "Le pedí lumbre al carcelero". Es considerada una de las piezas fundamentales de la filosofía contemporánea. La forma en que describe la transportización del alma dispara las esencias de la sensibilidad humana y es capaz de acercarnos al concepto de ser superior como manifestación de alguien que puede ser o no más alto pero que seguro que grita más; su matización de la plasticidad como elemento liberador de la psiques lo pone a uno palote. Según muchos expertos Kant se inspiró en ella para su trabajo posterior.
María de la Pirindola lo espera a la mañana siguiente en la puerta de la alguacilería. Piensa que el magno hombre va a estar derrumbado y le propone ir a comer unos huevos fritos con puntillitas para levantarle la moral. Pánfilo está algo cansado, pero en modo alguno se siente derrotado. Come y duerme y enseguida vuelve a la carga.
Funda el "Instituto de Trasplantes y Filosofía Torquemada" y comienza su meteórica carrera en el mundo de la medicina avanzada.
Su método de trasplante es bastante efectivo. Además, como se atreve a garantizar el no rechazo, empieza a poner cremalleras a sus pacientes, por si tiene que andar abriendo y cerrando para meter y sacar órganos.
Es el éxito fulminante. La prensa del orbe lo aclama al grito de "artista", "torero" y "machote". Como siempre, se oyen voces discrepantes. Esta vez son Mesié Críspulo Guá, que se atreve a decir "No es para tanto" y Mister Crispín O'Hara, que directamente lo ignora.
Inasequible continua con sus trabajos de forma incansable hasta que un lunes 6 de abril le da pereza levantarse de la cama y le pide a su inestimable colaboradora que le escriba un justificante.
Se había aburrido de la medicina.
Continuará
lunes, 6 de abril de 2015
jueves, 2 de abril de 2015
Las andanzas y desventuras de Don José Luis Gil y Don Mariano Poya
PARTE PRIMATE DE TALES FAZAÑAS.
Contábase por ventura en los antiquísimos anales (no tiene nada que ver con los traseros, haced el favor de no distraerse) de esta villa nuestra y vuestra que hubo en tiempos remotos de gran consternación y rechinar de dientes dos gentiles hombres de rancio abolengo e hirsutas barbas unos y barbilampiños rostros otros, que hicieron gran bien a nuestros antepasados.
Estos tales fijosdalgo pasabanse el día discutiendo y en llegados casternolendas solianse poner en gran acuerdo y facían al final siempre lo mismo de misma manera. Eso sí, sin dejar de discutir.
Hubo en aquellos remotos tiempos un levantamiento de la morisca que se habíase acostado tarde y se pusose chulita. A la sazón gobernaba la Ínsula Barataria del 2ºB (Por favor, no confundir con la otra ínsula que no tenía número ni nada y que un tal Miguel de Nosequé Saavedra sacó en una novelucha de aquellos tiempos. Os lo pido por favor. Que para una vez que os pido algo ya me podíais hacer un poco más de caso) el apuesto Jeque Remigio Jamalajá (padre de Abdú Jamalajá, que tan importante papel jugó en la vida de Don Sisebuto Pechopollo, héroe preclaro de la antiguanza)
Tomaron parte en el conciliábulo de los grandes héroes que debían decidir el destino de la humanidad y tomó la palabra Don José Luis Gil et dixo con grandes sonetos que si la tierra es del viento y la paz es de los corazones, lo mejor es no hacer la guerra. Que lo conveniente es rendirse y no luchar para así no hacer daño a nadie y promover el amor y que todos cuenten las nubes.
Saltó airado en este punto Don Mariano Poya y con grandes alharacas exclamó que no estaba de acuerdo, ni mucho menos.
Que había que hacer frente a tales amenazas, pero en otro momento. Que lo mejor ahora era no luchar y rendirse. Que ya se cansarían de matar y robar los infieles y se huirían aburridos más adelante. No era conveniente precipitarse y malgastar esfuerzos y recursos que podían ser necesarios en más adelantes tiempos.
Tomó la palabra el adelantado de la Siguenza (que en aquellos tiempos se escribía sin diéresis ni nada) y les dijo:
- Caballeros Gil y Poya, haced el favor de salir, que vamos a hablar unas cosas muy importantes y muy escandalosas y no es menester que os enredéis en disquisiciones y tonterías. Ahora mismico os avisamos para que volváis a entrar, en un momento.
Y cuando salieron atrancaron la puerta y ya no los dejaron entrar otra vez.
Contábase por ventura en los antiquísimos anales (no tiene nada que ver con los traseros, haced el favor de no distraerse) de esta villa nuestra y vuestra que hubo en tiempos remotos de gran consternación y rechinar de dientes dos gentiles hombres de rancio abolengo e hirsutas barbas unos y barbilampiños rostros otros, que hicieron gran bien a nuestros antepasados.
Estos tales fijosdalgo pasabanse el día discutiendo y en llegados casternolendas solianse poner en gran acuerdo y facían al final siempre lo mismo de misma manera. Eso sí, sin dejar de discutir.
Hubo en aquellos remotos tiempos un levantamiento de la morisca que se habíase acostado tarde y se pusose chulita. A la sazón gobernaba la Ínsula Barataria del 2ºB (Por favor, no confundir con la otra ínsula que no tenía número ni nada y que un tal Miguel de Nosequé Saavedra sacó en una novelucha de aquellos tiempos. Os lo pido por favor. Que para una vez que os pido algo ya me podíais hacer un poco más de caso) el apuesto Jeque Remigio Jamalajá (padre de Abdú Jamalajá, que tan importante papel jugó en la vida de Don Sisebuto Pechopollo, héroe preclaro de la antiguanza)
Tomaron parte en el conciliábulo de los grandes héroes que debían decidir el destino de la humanidad y tomó la palabra Don José Luis Gil et dixo con grandes sonetos que si la tierra es del viento y la paz es de los corazones, lo mejor es no hacer la guerra. Que lo conveniente es rendirse y no luchar para así no hacer daño a nadie y promover el amor y que todos cuenten las nubes.
Saltó airado en este punto Don Mariano Poya y con grandes alharacas exclamó que no estaba de acuerdo, ni mucho menos.
Que había que hacer frente a tales amenazas, pero en otro momento. Que lo mejor ahora era no luchar y rendirse. Que ya se cansarían de matar y robar los infieles y se huirían aburridos más adelante. No era conveniente precipitarse y malgastar esfuerzos y recursos que podían ser necesarios en más adelantes tiempos.
Tomó la palabra el adelantado de la Siguenza (que en aquellos tiempos se escribía sin diéresis ni nada) y les dijo:
- Caballeros Gil y Poya, haced el favor de salir, que vamos a hablar unas cosas muy importantes y muy escandalosas y no es menester que os enredéis en disquisiciones y tonterías. Ahora mismico os avisamos para que volváis a entrar, en un momento.
Y cuando salieron atrancaron la puerta y ya no los dejaron entrar otra vez.
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