Como fuese contado en un capítulo previo, Don Pánfilo tuvo que destraducir un manual muy bonito de las ballestas en el medievo. Tenía muchos dibujitos y colores y habían pintados unos monigotes muy simpáticos, que mataban a otros monigotes que sonreían menos. Dejándose llevar por la emoción del momento, decide escribir él mismo un manual en su lengua vernácula (vernaculés) sobre el uso apropiado del pañuelo (moquero en vernaculés) y como hay que usarlo para que no se queden los deditos sucios.
Anuncia pues su disposición a escribir un tratado magistral sobre el tema e inmediatamente la élite intelectual del orbe conocido se interesa en tan magna obra.
Mister Crispín O'Hara, eminente filólogo antillanés que se encontraba en esa época dando unas conferencias clandestinas en la Universidad de Gaspachow sobre el uso del tomate en la sopa fría intenta minimizar la importancia del proyecto de Don Pánfilo con unas declaraciones que suenan a envidia cochina: "Pero si sonarse el algo que todo el mundo sabe hacer" (Lo que pasa es que al ser Mister Crispín extranjero, habla raro y lo que dijo sonó como "Guachi guachi guachi guachi")
Don Pánfilo esta vez no se queda callado y habla. Lo hace en Vernaculés y lo hace con ese gracejo tan propio de él. "Amo a vé si en lugar de andar diciendo tonterías estamos a lo que estamos y le echas un poquito de pimiento verde y ajo a esa sopa de tomate tan sosa que haces, listo, que eres muy listo". Mister Crispín queda avergonzado, la sugerencia del insigne prócer es llevada a cabo por la curia de la Universidad. Había nacido la sopa fría de tomate que llegaría a dar renombre a Gaspachow a nivel universal.
María de la Pirindola, mientras tanto, ha iniciado la hercúlea labor de sacar punta a todos los lápices del castillo. Hay siete y todos ellos se encuentran de forma permanente afilados y listos para escribir "trigonometría" u "ortopedia" en un tiempo record.
Al cabo de pocos meses de intensa labor investigadora, el primer volumern de la magna obra queda acabado. Las élites intelectuales lo devoran con fruición y los más grandes lo alaban. No cabe duda de que la materia es tratada de forma magistral, a pesar de la gran enjundia del tema. Pero los más mezquinos no tardan en zaherir la insigne labor. Así, Mesié Críspulo Guá hace una crítica demoledora: "Parece mentira que alguien haya escrito ¡Ahi va! en lugar de ¡Caramba!; o ¡Cáspita! en lugar de ¡Caracoles! Pero, además¿Qué es eso de hubió? ¡Vamos y vamos! ¡Lo que hay que ver!"
Don Pánfilo tampoco se queda callado esta vez, y desde la sección de cartas al director de "Herald Daily News in the morning" le contesta: "¿Y tú que? cabezabuque, que eres más feo, hijo mío". Mesié Guá sin embargo insiste poco después desde la sección de cartas al subdirector del "Examiner de Trescantos", lo hace bajo seudónimo y usando un lenguaje vulgar y barriobajero, entre otras cosas dice "...estimado señor subdirector, éste que lo es..." lo cual, como es fácil conjeturar, supone una afrenta inclasificable contra quienes, como Don Pánfilo, no son señores subdirectores.
Interviene en este punto el archidiácono del lugar y dicta una bula cisterniense. El público se agolpa en las grandes librerías para comprar el libro que ha escrito el insigne prócer. Y eso que no llevaba fotos de señoras sin ropa ni nada. Gana el premio Pulitzer dos meses seguidos y se queda segundo en un certamen de narrativa que organiza todos los veranos el ama de llaves de su castillo (Curiosamente su obra fue la única que se presentó).
El éxito es tal que se pone inmediatamente mano a la obra para escribir el segundo volumen, que habría de suponer en el mundo académico un revulsivo de proporciones épicas. Pero no le dejan trabajar. En Hollywood y en Louisiana quieren comprar los derechos para hacer una película. En Hollywood quieren adaptar su libro en una obra de acción en la que unos marcianos no pueden invadir la tierra porque no saben sonarse apropiadamente. La versión de Louisiana es más romántica y una joven se enamora perdidamente de un señor por la forma tan masculina en que se suena.
María de la Pirindola deja de afilar lápices y contesta el teléfono cuando éste suena y por este sencillo método consiguen que el sabio se pueda concentrar en su trabajo.
Son meses de intenso estudio e investigación, pero por fin ve la luz, un 26 de Junio, el segundo volumen del magno tratado sobre el uso del moquero. Lleva por subtítulo, "La venganza del moco".
Hay una gran consternación en el mundo académico. Esta vez las tapas son de color verde y no granate, como en el primer tomo.
La crítica las considera una obra menor, y además el libro ni hace bonito ni nada.
En un intento de revalorizar su trabajo, el profesor Carahuevo da una serie de conferencias sobre la manera correcta de usar el pañuelo. Las da en su idioma nativo con unos subtítulos en vernaculés que él mismo se va poniendo.
La primera de ellas tiene lugar en el Claustro del Vicerectorado de la Universidad Bermeja de Nueva Cáceres (ver mapa). La conferencia transcurre con mucha corrección hasta que, en un intento de hacer una demostración de la forma correcta de interpretar sus sabias teorías, se suena. Acaba (sorpresivamente) con los deditos llenos de mocos.
Es el descrédito inmediato.
Algunos oportunistas se rien de él. Los más sangrantes son Mesié Críspulo Guá, que desde el "Tocomocho news" se mofa "Ja, ja, ja. Que te vas a manchar, señor sabio, vamos y vamos".
Mister Crispín O'Hara es más lacónico y solo comenta "Toma, enterao"
Don Pánfilo queda desanimado y se va a su castillo. Allí manda a paseo el tratado del moquero y se come un kilo de helado él solo.
Continuará...
miércoles, 25 de junio de 2014
lunes, 9 de junio de 2014
Cuentos ejemplares (II)
LA FÁBULA DE LA BALLENA, EL ABEJARRUCO Y EL SACRISTÁN.
Lo que sigue es un fragmento de "El libro de los saberes ancestrales".
Dicho libro pasó recientemente a disposición judicial por gamberrismo y cantar coplas populares en la vía pública (Nosotros tampoco nos lo explicamos)
"...et fabiendo comidose el sabroso cocido de manitas de cerdo con un huevo frito en lo alto de los garbanzos, dixo el sabio arcipreste a sus cabezones discípulos:
Habéis de saber, prófugos y dilectos rapaces que'en cierta ocasión fabía una ballena que vivía en la alta mar, esquina al mar de los sargazos, et tenía por costumbre, la tal ballena, cantar romanzas y chirimiris a las altas horas de la madrugada. Et un abejarruco que solía pasarse por las inmediaciones, y que estaba aquejado de diversas molestias intestinales y tenía alta la tensión, le dixole a la ballena cantarina: Porque no se calla, maese ballena, que no es que tenga vuecencia la voz fea, ni que le suenen a diversas pitosidades sus esbeltas cuerdas vocales, pero es que las horas que son, y que ya refresca en la tibia mañana el rocío, y que hace sueño, y que si se puede usted callar, o algo.
Et la ballena, que no le prestó atención al abejarruco, prosiguió con sus trinos melodiosos.
Et insistióle el abejarruco: Mire vuesa merced, que las horitas que son y aún no he podido barrer el nidito, y sus cantos y gorgoritos, que me suenan a música celestial, pero que resultan molestos si se escuchan con las orejas, que si facereme el favor de callarse o de guardar silencio, lo que mejor le venga a vuecencia.
Et continuó cantando la ballena et dixose el abejarruco para sus adentros: Te va a enterá, so lista.
A pocos miles de kilómetros de allí, se encontraba la sacristía de San Fermín del Parnaso, que fue un santo muy gordito y muy milagrero, que cada vez que facía un milagro se quedaba durmiendo. Fabía puesto el sacristán de la sacristía un tejemaneje de arte y ensayo en lo alto del campanario. Et una teja fabía quedado suelta. Et llegado a la sacristía el abejarruco, tomó la teja y fuese a ver a la ballena. Y en llegando a donde estaba el cefalópodo (Nota del cronista: en la edad media no se consideraba a las ballenas cefalópodos, sino crustáceos. Este error parece ser debido a la ignorancia del autor del relato, que en algunos casos llegaba incluso a incluir a los huevos huevos fritos dentro del grupo de las verduras, aunque no fueran acompañados de patatas) le dixole: ¡Que te calles, cojones! y le soltó un tejazo. Pero quiso la fortuna que la ballena esquivase la teja et que aquésta fuera a dar al sacristan, que se bañaba con las vergüenzas a la luz de la luna, en una playa muy coqueta.
Dióle la teja al sacristán. El sacristán tomó el tejazo por admonición divina et vistiéndose con premura et sus ropajes, salió corriendo a sus aposentos et dando grandes voces decía: Non volveré a bañarme con los colgantes al aire, que el santo padre advirtiónos en su homilía XXVII de Junio del presente año de nuestro señor de tales desmanes. Faréme con telas et otros metrajes un pantaloncillo para usar en las horas del baño que no incomode al santo padre et con ello puesto podréme bañar a altas horas de la circunfleja hora nona. Et para las sabias madres superioras de los conventos, faré otros atalajes que les tapen las verguenzas colgaderas et llamarélos bañadores y biquinisis. Et como pueda, a ver si los biquinisis los hago tres tallas más pequeños.
Et así fue, cabezones et dilectos alumnos, como se inventó el traje de baño, Para mañana, una redacción de tres folios con el tema: Porque es de menester usar traje de baño y donar grandes sumas de doblones al arciprestazgo del condado. Fernandito, no te metas el dedo en la nariz, o por lo menos, que la nariz sea la tuya..."
Lo que sigue es un fragmento de "El libro de los saberes ancestrales".
Dicho libro pasó recientemente a disposición judicial por gamberrismo y cantar coplas populares en la vía pública (Nosotros tampoco nos lo explicamos)
"...et fabiendo comidose el sabroso cocido de manitas de cerdo con un huevo frito en lo alto de los garbanzos, dixo el sabio arcipreste a sus cabezones discípulos:
Habéis de saber, prófugos y dilectos rapaces que'en cierta ocasión fabía una ballena que vivía en la alta mar, esquina al mar de los sargazos, et tenía por costumbre, la tal ballena, cantar romanzas y chirimiris a las altas horas de la madrugada. Et un abejarruco que solía pasarse por las inmediaciones, y que estaba aquejado de diversas molestias intestinales y tenía alta la tensión, le dixole a la ballena cantarina: Porque no se calla, maese ballena, que no es que tenga vuecencia la voz fea, ni que le suenen a diversas pitosidades sus esbeltas cuerdas vocales, pero es que las horas que son, y que ya refresca en la tibia mañana el rocío, y que hace sueño, y que si se puede usted callar, o algo.
Et la ballena, que no le prestó atención al abejarruco, prosiguió con sus trinos melodiosos.
Et insistióle el abejarruco: Mire vuesa merced, que las horitas que son y aún no he podido barrer el nidito, y sus cantos y gorgoritos, que me suenan a música celestial, pero que resultan molestos si se escuchan con las orejas, que si facereme el favor de callarse o de guardar silencio, lo que mejor le venga a vuecencia.
Et continuó cantando la ballena et dixose el abejarruco para sus adentros: Te va a enterá, so lista.
A pocos miles de kilómetros de allí, se encontraba la sacristía de San Fermín del Parnaso, que fue un santo muy gordito y muy milagrero, que cada vez que facía un milagro se quedaba durmiendo. Fabía puesto el sacristán de la sacristía un tejemaneje de arte y ensayo en lo alto del campanario. Et una teja fabía quedado suelta. Et llegado a la sacristía el abejarruco, tomó la teja y fuese a ver a la ballena. Y en llegando a donde estaba el cefalópodo (Nota del cronista: en la edad media no se consideraba a las ballenas cefalópodos, sino crustáceos. Este error parece ser debido a la ignorancia del autor del relato, que en algunos casos llegaba incluso a incluir a los huevos huevos fritos dentro del grupo de las verduras, aunque no fueran acompañados de patatas) le dixole: ¡Que te calles, cojones! y le soltó un tejazo. Pero quiso la fortuna que la ballena esquivase la teja et que aquésta fuera a dar al sacristan, que se bañaba con las vergüenzas a la luz de la luna, en una playa muy coqueta.
Dióle la teja al sacristán. El sacristán tomó el tejazo por admonición divina et vistiéndose con premura et sus ropajes, salió corriendo a sus aposentos et dando grandes voces decía: Non volveré a bañarme con los colgantes al aire, que el santo padre advirtiónos en su homilía XXVII de Junio del presente año de nuestro señor de tales desmanes. Faréme con telas et otros metrajes un pantaloncillo para usar en las horas del baño que no incomode al santo padre et con ello puesto podréme bañar a altas horas de la circunfleja hora nona. Et para las sabias madres superioras de los conventos, faré otros atalajes que les tapen las verguenzas colgaderas et llamarélos bañadores y biquinisis. Et como pueda, a ver si los biquinisis los hago tres tallas más pequeños.
Et así fue, cabezones et dilectos alumnos, como se inventó el traje de baño, Para mañana, una redacción de tres folios con el tema: Porque es de menester usar traje de baño y donar grandes sumas de doblones al arciprestazgo del condado. Fernandito, no te metas el dedo en la nariz, o por lo menos, que la nariz sea la tuya..."
miércoles, 4 de junio de 2014
El caso de los documentos secretos
Aquella madrugada se anunciaba aciaga y oscura.
Susodicho se había despedido de su trabajito de las tardes en el hospital del condado y Melocotona se había marchado a Transilvania del norte (ver mapa) a ocuparse de una plaga de hombres lobos que se estaban comiendo la cosecha de sus padres.
Alguien había deslizado una nota manuscrita y misteriosa bajo la puerta de nuestro héroe y éste se había levantado sobresaltado.
Allí permanecía el papel, a escasos centímetros de la rendija, cuando lo cogió con mano trémula.
"¿A qué hora abre usted la oficina de investigador privado?" Se podía leer.
"A la hora de siempre" garabateó con un bolígrafo en una nota de papel aparte, y la deslizó a su vez por debajo de la puerta.
"Vale, pues luego lo veo". Alguien había vuelto a escribir y a meter bajo su puerta.
Cuando a la mañana siguiente, después de haber desayunado y hecho sus abluciones, el insigne detective e investigador llegó a su oficina de detective, descubrió consternado que alguien había dejado una nota sobre una silla en el recibidorcito de la entrada.
"Ahora vuelvo" se podía leer. Y efectivamente, volvió.
Volvió un sujeto aciago y oscuro que dijo llamarse Don José.
- Vengo a contratarlo para que encuentre unos documentos secretos -le espetó el sujeto.
- Comprendo -dijo Susodicho comprendiendo.
- Son unos documentos secretos muy importantes.
- Ajá
- Si esos documentos no aparecieran...sería como si el fin del mundo y el hundimiento del Titanic tuvieran lugar al mismo tiempo en un palmo de terreno.
- ¿Y eso sería malo? -Dijo Susodicho poniendo cara de poker.
- Malísimo, malísimo... sería más malo... Sería la hostia de malo.
- Acepto el caso. Mis honorarios serán a tanto la hora y necesitaré que me deje alguna foto de esos documentos, así como diverso material y algunas cosas de sumo interés.
- Lo que usted me pida, lo que usted me pida -dijo el sujeto aciago y oscuro cayendo de hinojos e hipando como un campeón.
Aquella noche, ataviado con su gabardina de las investigaciones circunflejas, nuestro héroe anduvo por las callejuelas de los bajos fondos y entró en un garito sucio y maloliente, con luces de neón rojas en la puerta y un gran cartel que anunciaba "Chicas, chicas, chicas". Tenía toda la pinta de ser, o bien un puticlub o bien un club de putas. Susodicho se encaró con el encargado.
- ¿Qué va a ser? -le soltó el hombre de detrás de la barra.
- ¿Me invitas a una copita? ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas... -le decían desde detrás de su oreja más derecha, con cierta voz de cazalla fresca.
- ¿Que va a ser quién? -inquirió con dureza el detective- si se refiere al hijo de mi vecina, fue niño. Y ahora quiere ser cantante de baladas. Pero no creemos que pase de tonadillero.Póngame una copa de algo fuerte -remató con voz de hombre (pero de otro hombre con más patillas)
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
Cuando el hombre aciago y oscuro de detrás de la barra volvió con un vaso con algún líquido dentro y se lo puso delante, encima del mostrador, Susodicho lo miró a los ojos (el sujeto aquel tenía dos en la cara) y le preguntó con la dureza de un calamar pasado de fecha.
- ¿Ha visto por aquí ultimamente algún documento secreto?
- No sé de qué me habla
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
- Me refiero a esto -dijo el sagaz detective tendiendole una foto de los documentos. Tengo entendido que suelen verse ultimamente muchos documentos de esta índole por aquí.
- Yo no sé nada. Yo no sé nada. Déjeme por favor... -hipaba desconsolado el hombre de la barra.
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
Alguien tocaba en el hombro al detective y le hacía señas para que lo siguiera. Susodicho lo siguió hasta una puertucha asquerosa que estaba en un rincón repugnante (los antros sórdidos son así, amiguitos) y le dijo que entrara.
Empujó la puerta para abrirla y descubrió un pasillo oscuro y tétrico. Lo recorrió como Perico por su casa y se encontró delante de una puerta que estaba entornada y en la que había un letrero en el que se hubiera podido leer "Despacho del Jefe" si no hubiera estado tan oscurísimo.
- ¡Pase pollo! -le dijeron desde dentro.
Susodicho pasó. No es que se pensara que era un pollo, pero supuso (es que uno es detective por algo) que como no había nadie más debían referirse a él.
- Buenas noches, señor.
- Déjese de circunloquios y vayamos al grano ¿Tiene usted aspirador?
- Sí señor. Y en cuanto tenga edad para sacarme el carnet lo sacaré de su caja.
- Pues por un módico precio le voy a vender a usted otro. ¿Que le parece? Es bueno, ¿eh?
- Es que yo soy detective y estoy investigando un caso de unos documentos secretos, que me han contratado y ahora no puedo...
- Y ¿a ti que más te da? Cómprame un aspirador
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita? -le preguntaban con suma curiosidad desde su espalda.
- Es que ahora no puedo
- Si es muy bueno, mira como aspira, mira
- ¿Me invitas a una copita?
Y entonces los vio y los reconoció en el acto. Sobre la mesa del sujeto extraño aquel, sobre una pila de papelotes, al lado de una carta que decía:
"Querida Majestad:
Ya he vuelto a descubrir otro continente.
Estoy hecho un machote.
Suyo:
Colón"
y encima de un sobre en el que se podía leer:
"Garantías de aspiradores"
Estaba, sin ninguna duda, el documento secreto que estaba buscando.
Susodicho contuvo las emociones que intentaban embargarlo con ímpetu desgarrado y sin darle demasiada importancia le soltó a bocajarro al sujeto misterioso.
- Cinco con las que saques.
- ¿Me invitas a una copita? -sonó una voz a su espalda.
- ¿Como dice pollo? -preguntó el sujeto misterioso (estaba curiosón ese día)
- Que digo que cinco con las que saques, que que buena noche se ha quedado y que basta ya de farsas y embustes. Lo sé todo. Esta señora que tanto pide copitas no es quien dice ser, sino la mujer del mono que sale en las botellas de anís.
- Oiga, joven, sin faltar -Espetó con sorna la aludida. Y remató con sonoridad- ¿Me invitas a una copita?
- Y usted no es un honrado señor misterioso que vende aspiradores, sino otro señor misterioso que colecciona documentos secretos.
- Pero ¿cómo se atreve? ¿Es que no le gusta este aspirador? ¡Con lo bonito que es! Espere que le saco otro en verde oliva con hueso que es la monda de bonito y tiene un rayo pintado y todo, espere, espere...
- Es que es muy tarde ya y luego me riñen -dijo nuestro héroe cogiendo con mucho disimulo los documentos y saliendo del tétrico y mugriento cuarto.
A la mañana siguiente lo esperaba una rubia imponente en la antesala de su despacho.
- Soy Don José -se presentó la señora- es que ayer con las prisas no me pude peinar -aclaró con mucha amabilidad- ¿Ha encontrado usted los documentos secretos? Porfa, porfa.
- Sí, Don José. Los he encontrado. Me ha costado pasar penurias y sinsabores de diversa índole. Anoche tuve que cenar una tortilla a la francesa, con eso se lo digo todo.
Don José no pudo impedir que una lágrima asomara a sus ojuelazos.
- ¡Cuanto lo siento! Pobre señor detective. Hijo de verdad...
- Helos aquí -y los puso sobre la mesa.
- La rubia imponente, aciaga y oscura (pero hoy ya menos), miró los papeles y luego al detective. Y luego a los papeles, y al detective, y a los papeles y así.
- ¿Pasa algo?
- No. Es que estos documentos secretos no son los que yo le había pedido. A ver, entiéndame usted. Que no digo yo que no sean unos documentos muy buenos y muy secretos y eso...pero no se apene usted, hombre, no me haga pucheros, por favor, es que estos no son...ea...ea...el detective guapo que ha encontrado los documentos....no llore, hágame usted el favor, venga va, que si que son. Que sí que son los documentos que decía yo, que se lo decía de broma ¿vale?
Venga pues no se hable más, ya vendré a pagarle otro día, que hoy le veo muy ocupado.
Y como hacía muy buena mañana, Susodicho se fue a la playa.
Susodicho se había despedido de su trabajito de las tardes en el hospital del condado y Melocotona se había marchado a Transilvania del norte (ver mapa) a ocuparse de una plaga de hombres lobos que se estaban comiendo la cosecha de sus padres.
Alguien había deslizado una nota manuscrita y misteriosa bajo la puerta de nuestro héroe y éste se había levantado sobresaltado.
Allí permanecía el papel, a escasos centímetros de la rendija, cuando lo cogió con mano trémula.
"¿A qué hora abre usted la oficina de investigador privado?" Se podía leer.
"A la hora de siempre" garabateó con un bolígrafo en una nota de papel aparte, y la deslizó a su vez por debajo de la puerta.
"Vale, pues luego lo veo". Alguien había vuelto a escribir y a meter bajo su puerta.
Cuando a la mañana siguiente, después de haber desayunado y hecho sus abluciones, el insigne detective e investigador llegó a su oficina de detective, descubrió consternado que alguien había dejado una nota sobre una silla en el recibidorcito de la entrada.
"Ahora vuelvo" se podía leer. Y efectivamente, volvió.
Volvió un sujeto aciago y oscuro que dijo llamarse Don José.
- Vengo a contratarlo para que encuentre unos documentos secretos -le espetó el sujeto.
- Comprendo -dijo Susodicho comprendiendo.
- Son unos documentos secretos muy importantes.
- Ajá
- Si esos documentos no aparecieran...sería como si el fin del mundo y el hundimiento del Titanic tuvieran lugar al mismo tiempo en un palmo de terreno.
- ¿Y eso sería malo? -Dijo Susodicho poniendo cara de poker.
- Malísimo, malísimo... sería más malo... Sería la hostia de malo.
- Acepto el caso. Mis honorarios serán a tanto la hora y necesitaré que me deje alguna foto de esos documentos, así como diverso material y algunas cosas de sumo interés.
- Lo que usted me pida, lo que usted me pida -dijo el sujeto aciago y oscuro cayendo de hinojos e hipando como un campeón.
Aquella noche, ataviado con su gabardina de las investigaciones circunflejas, nuestro héroe anduvo por las callejuelas de los bajos fondos y entró en un garito sucio y maloliente, con luces de neón rojas en la puerta y un gran cartel que anunciaba "Chicas, chicas, chicas". Tenía toda la pinta de ser, o bien un puticlub o bien un club de putas. Susodicho se encaró con el encargado.
- ¿Qué va a ser? -le soltó el hombre de detrás de la barra.
- ¿Me invitas a una copita? ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas... -le decían desde detrás de su oreja más derecha, con cierta voz de cazalla fresca.
- ¿Que va a ser quién? -inquirió con dureza el detective- si se refiere al hijo de mi vecina, fue niño. Y ahora quiere ser cantante de baladas. Pero no creemos que pase de tonadillero.Póngame una copa de algo fuerte -remató con voz de hombre (pero de otro hombre con más patillas)
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
Cuando el hombre aciago y oscuro de detrás de la barra volvió con un vaso con algún líquido dentro y se lo puso delante, encima del mostrador, Susodicho lo miró a los ojos (el sujeto aquel tenía dos en la cara) y le preguntó con la dureza de un calamar pasado de fecha.
- ¿Ha visto por aquí ultimamente algún documento secreto?
- No sé de qué me habla
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
- Me refiero a esto -dijo el sagaz detective tendiendole una foto de los documentos. Tengo entendido que suelen verse ultimamente muchos documentos de esta índole por aquí.
- Yo no sé nada. Yo no sé nada. Déjeme por favor... -hipaba desconsolado el hombre de la barra.
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
Alguien tocaba en el hombro al detective y le hacía señas para que lo siguiera. Susodicho lo siguió hasta una puertucha asquerosa que estaba en un rincón repugnante (los antros sórdidos son así, amiguitos) y le dijo que entrara.
Empujó la puerta para abrirla y descubrió un pasillo oscuro y tétrico. Lo recorrió como Perico por su casa y se encontró delante de una puerta que estaba entornada y en la que había un letrero en el que se hubiera podido leer "Despacho del Jefe" si no hubiera estado tan oscurísimo.
- ¡Pase pollo! -le dijeron desde dentro.
Susodicho pasó. No es que se pensara que era un pollo, pero supuso (es que uno es detective por algo) que como no había nadie más debían referirse a él.
- Buenas noches, señor.
- Déjese de circunloquios y vayamos al grano ¿Tiene usted aspirador?
- Sí señor. Y en cuanto tenga edad para sacarme el carnet lo sacaré de su caja.
- Pues por un módico precio le voy a vender a usted otro. ¿Que le parece? Es bueno, ¿eh?
- Es que yo soy detective y estoy investigando un caso de unos documentos secretos, que me han contratado y ahora no puedo...
- Y ¿a ti que más te da? Cómprame un aspirador
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita? -le preguntaban con suma curiosidad desde su espalda.
- Es que ahora no puedo
- Si es muy bueno, mira como aspira, mira
- ¿Me invitas a una copita?
Y entonces los vio y los reconoció en el acto. Sobre la mesa del sujeto extraño aquel, sobre una pila de papelotes, al lado de una carta que decía:
"Querida Majestad:
Ya he vuelto a descubrir otro continente.
Estoy hecho un machote.
Suyo:
Colón"
y encima de un sobre en el que se podía leer:
"Garantías de aspiradores"
Estaba, sin ninguna duda, el documento secreto que estaba buscando.
Susodicho contuvo las emociones que intentaban embargarlo con ímpetu desgarrado y sin darle demasiada importancia le soltó a bocajarro al sujeto misterioso.
- Cinco con las que saques.
- ¿Me invitas a una copita? -sonó una voz a su espalda.
- ¿Como dice pollo? -preguntó el sujeto misterioso (estaba curiosón ese día)
- Que digo que cinco con las que saques, que que buena noche se ha quedado y que basta ya de farsas y embustes. Lo sé todo. Esta señora que tanto pide copitas no es quien dice ser, sino la mujer del mono que sale en las botellas de anís.
- Oiga, joven, sin faltar -Espetó con sorna la aludida. Y remató con sonoridad- ¿Me invitas a una copita?
- Y usted no es un honrado señor misterioso que vende aspiradores, sino otro señor misterioso que colecciona documentos secretos.
- Pero ¿cómo se atreve? ¿Es que no le gusta este aspirador? ¡Con lo bonito que es! Espere que le saco otro en verde oliva con hueso que es la monda de bonito y tiene un rayo pintado y todo, espere, espere...
- Es que es muy tarde ya y luego me riñen -dijo nuestro héroe cogiendo con mucho disimulo los documentos y saliendo del tétrico y mugriento cuarto.
A la mañana siguiente lo esperaba una rubia imponente en la antesala de su despacho.
- Soy Don José -se presentó la señora- es que ayer con las prisas no me pude peinar -aclaró con mucha amabilidad- ¿Ha encontrado usted los documentos secretos? Porfa, porfa.
- Sí, Don José. Los he encontrado. Me ha costado pasar penurias y sinsabores de diversa índole. Anoche tuve que cenar una tortilla a la francesa, con eso se lo digo todo.
Don José no pudo impedir que una lágrima asomara a sus ojuelazos.
- ¡Cuanto lo siento! Pobre señor detective. Hijo de verdad...
- Helos aquí -y los puso sobre la mesa.
- La rubia imponente, aciaga y oscura (pero hoy ya menos), miró los papeles y luego al detective. Y luego a los papeles, y al detective, y a los papeles y así.
- ¿Pasa algo?
- No. Es que estos documentos secretos no son los que yo le había pedido. A ver, entiéndame usted. Que no digo yo que no sean unos documentos muy buenos y muy secretos y eso...pero no se apene usted, hombre, no me haga pucheros, por favor, es que estos no son...ea...ea...el detective guapo que ha encontrado los documentos....no llore, hágame usted el favor, venga va, que si que son. Que sí que son los documentos que decía yo, que se lo decía de broma ¿vale?
Venga pues no se hable más, ya vendré a pagarle otro día, que hoy le veo muy ocupado.
Y como hacía muy buena mañana, Susodicho se fue a la playa.
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