Aquella madrugada se anunciaba aciaga y oscura.
Susodicho se había despedido de su trabajito de las tardes en el hospital del condado y Melocotona se había marchado a Transilvania del norte (ver mapa) a ocuparse de una plaga de hombres lobos que se estaban comiendo la cosecha de sus padres.
Alguien había deslizado una nota manuscrita y misteriosa bajo la puerta de nuestro héroe y éste se había levantado sobresaltado.
Allí permanecía el papel, a escasos centímetros de la rendija, cuando lo cogió con mano trémula.
"¿A qué hora abre usted la oficina de investigador privado?" Se podía leer.
"A la hora de siempre" garabateó con un bolígrafo en una nota de papel aparte, y la deslizó a su vez por debajo de la puerta.
"Vale, pues luego lo veo". Alguien había vuelto a escribir y a meter bajo su puerta.
Cuando a la mañana siguiente, después de haber desayunado y hecho sus abluciones, el insigne detective e investigador llegó a su oficina de detective, descubrió consternado que alguien había dejado una nota sobre una silla en el recibidorcito de la entrada.
"Ahora vuelvo" se podía leer. Y efectivamente, volvió.
Volvió un sujeto aciago y oscuro que dijo llamarse Don José.
- Vengo a contratarlo para que encuentre unos documentos secretos -le espetó el sujeto.
- Comprendo -dijo Susodicho comprendiendo.
- Son unos documentos secretos muy importantes.
- Ajá
- Si esos documentos no aparecieran...sería como si el fin del mundo y el hundimiento del Titanic tuvieran lugar al mismo tiempo en un palmo de terreno.
- ¿Y eso sería malo? -Dijo Susodicho poniendo cara de poker.
- Malísimo, malísimo... sería más malo... Sería la hostia de malo.
- Acepto el caso. Mis honorarios serán a tanto la hora y necesitaré que me deje alguna foto de esos documentos, así como diverso material y algunas cosas de sumo interés.
- Lo que usted me pida, lo que usted me pida -dijo el sujeto aciago y oscuro cayendo de hinojos e hipando como un campeón.
Aquella noche, ataviado con su gabardina de las investigaciones circunflejas, nuestro héroe anduvo por las callejuelas de los bajos fondos y entró en un garito sucio y maloliente, con luces de neón rojas en la puerta y un gran cartel que anunciaba "Chicas, chicas, chicas". Tenía toda la pinta de ser, o bien un puticlub o bien un club de putas. Susodicho se encaró con el encargado.
- ¿Qué va a ser? -le soltó el hombre de detrás de la barra.
- ¿Me invitas a una copita? ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas... -le decían desde detrás de su oreja más derecha, con cierta voz de cazalla fresca.
- ¿Que va a ser quién? -inquirió con dureza el detective- si se refiere al hijo de mi vecina, fue niño. Y ahora quiere ser cantante de baladas. Pero no creemos que pase de tonadillero.Póngame una copa de algo fuerte -remató con voz de hombre (pero de otro hombre con más patillas)
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
Cuando el hombre aciago y oscuro de detrás de la barra volvió con un vaso con algún líquido dentro y se lo puso delante, encima del mostrador, Susodicho lo miró a los ojos (el sujeto aquel tenía dos en la cara) y le preguntó con la dureza de un calamar pasado de fecha.
- ¿Ha visto por aquí ultimamente algún documento secreto?
- No sé de qué me habla
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
- Me refiero a esto -dijo el sagaz detective tendiendole una foto de los documentos. Tengo entendido que suelen verse ultimamente muchos documentos de esta índole por aquí.
- Yo no sé nada. Yo no sé nada. Déjeme por favor... -hipaba desconsolado el hombre de la barra.
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?
Alguien tocaba en el hombro al detective y le hacía señas para que lo siguiera. Susodicho lo siguió hasta una puertucha asquerosa que estaba en un rincón repugnante (los antros sórdidos son así, amiguitos) y le dijo que entrara.
Empujó la puerta para abrirla y descubrió un pasillo oscuro y tétrico. Lo recorrió como Perico por su casa y se encontró delante de una puerta que estaba entornada y en la que había un letrero en el que se hubiera podido leer "Despacho del Jefe" si no hubiera estado tan oscurísimo.
- ¡Pase pollo! -le dijeron desde dentro.
Susodicho pasó. No es que se pensara que era un pollo, pero supuso (es que uno es detective por algo) que como no había nadie más debían referirse a él.
- Buenas noches, señor.
- Déjese de circunloquios y vayamos al grano ¿Tiene usted aspirador?
- Sí señor. Y en cuanto tenga edad para sacarme el carnet lo sacaré de su caja.
- Pues por un módico precio le voy a vender a usted otro. ¿Que le parece? Es bueno, ¿eh?
- Es que yo soy detective y estoy investigando un caso de unos documentos secretos, que me han contratado y ahora no puedo...
- Y ¿a ti que más te da? Cómprame un aspirador
- ¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita?¿Me invitas a una copita? -le preguntaban con suma curiosidad desde su espalda.
- Es que ahora no puedo
- Si es muy bueno, mira como aspira, mira
- ¿Me invitas a una copita?
Y entonces los vio y los reconoció en el acto. Sobre la mesa del sujeto extraño aquel, sobre una pila de papelotes, al lado de una carta que decía:
"Querida Majestad:
Ya he vuelto a descubrir otro continente.
Estoy hecho un machote.
Suyo:
Colón"
y encima de un sobre en el que se podía leer:
"Garantías de aspiradores"
Estaba, sin ninguna duda, el documento secreto que estaba buscando.
Susodicho contuvo las emociones que intentaban embargarlo con ímpetu desgarrado y sin darle demasiada importancia le soltó a bocajarro al sujeto misterioso.
- Cinco con las que saques.
- ¿Me invitas a una copita? -sonó una voz a su espalda.
- ¿Como dice pollo? -preguntó el sujeto misterioso (estaba curiosón ese día)
- Que digo que cinco con las que saques, que que buena noche se ha quedado y que basta ya de farsas y embustes. Lo sé todo. Esta señora que tanto pide copitas no es quien dice ser, sino la mujer del mono que sale en las botellas de anís.
- Oiga, joven, sin faltar -Espetó con sorna la aludida. Y remató con sonoridad- ¿Me invitas a una copita?
- Y usted no es un honrado señor misterioso que vende aspiradores, sino otro señor misterioso que colecciona documentos secretos.
- Pero ¿cómo se atreve? ¿Es que no le gusta este aspirador? ¡Con lo bonito que es! Espere que le saco otro en verde oliva con hueso que es la monda de bonito y tiene un rayo pintado y todo, espere, espere...
- Es que es muy tarde ya y luego me riñen -dijo nuestro héroe cogiendo con mucho disimulo los documentos y saliendo del tétrico y mugriento cuarto.
A la mañana siguiente lo esperaba una rubia imponente en la antesala de su despacho.
- Soy Don José -se presentó la señora- es que ayer con las prisas no me pude peinar -aclaró con mucha amabilidad- ¿Ha encontrado usted los documentos secretos? Porfa, porfa.
- Sí, Don José. Los he encontrado. Me ha costado pasar penurias y sinsabores de diversa índole. Anoche tuve que cenar una tortilla a la francesa, con eso se lo digo todo.
Don José no pudo impedir que una lágrima asomara a sus ojuelazos.
- ¡Cuanto lo siento! Pobre señor detective. Hijo de verdad...
- Helos aquí -y los puso sobre la mesa.
- La rubia imponente, aciaga y oscura (pero hoy ya menos), miró los papeles y luego al detective. Y luego a los papeles, y al detective, y a los papeles y así.
- ¿Pasa algo?
- No. Es que estos documentos secretos no son los que yo le había pedido. A ver, entiéndame usted. Que no digo yo que no sean unos documentos muy buenos y muy secretos y eso...pero no se apene usted, hombre, no me haga pucheros, por favor, es que estos no son...ea...ea...el detective guapo que ha encontrado los documentos....no llore, hágame usted el favor, venga va, que si que son. Que sí que son los documentos que decía yo, que se lo decía de broma ¿vale?
Venga pues no se hable más, ya vendré a pagarle otro día, que hoy le veo muy ocupado.
Y como hacía muy buena mañana, Susodicho se fue a la playa.
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